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Benjamín Rojas: El maestro equivocado

Cuentos, sueños y narraciones del Profesor Benjamín Rojas

Adrián Rosete León


Benjamín Rojas en Egipto.

Benjamín rojas después de un gran término de semestre y con las pilas al 100%, decide tomar unas vacaciones bien merecidas, creo que ya es tiempo de luchar con mis fantasmas y demonios que llevo dentro. En agosto de 2008, Benjamín Rojas viajó por primera vez a Egipto. Como todo el que llega a tierra de faraones con un espíritu medianamente abierto, el primer contacto con sus piedras, sus desiertos infinitos y sus fértiles riberas lo hechizaron. Regresó en diciembre, y en marzo del año siguiente, y nuevamente en agosto… Así hasta en nueve ocasiones durante los últimos cuatro años. ¿Razones? Las ha habido personales y profesionales, pero tras cada escala en El Cairo o en Luxor sabía que debía comenzar a hacer los preparativos para un nuevo e inminente regreso. Y es curioso: nunca, en ninguno de los más de veinte países que llevó recorridos, había sufrido esa imperiosa necesidad de retorno.

En el último de sus viajes algo le llevó a adentrarse en el viejo barrio copto de la capital, y a alejarse momentáneamente de pirámides y templos. En su museo —una maravilla arquitectónica cuyos dos pisos se conectan entre sí por una hermosa cadena de afiligranadas claraboyas octogonales—, descubrió que una de sus vitrinas albergaba un fragmento de pergamino del Evangelio de Tomás. La etiqueta que acompañaba aquel texto apócrifo indicaba que pertenecía al conjunto de textos cristianos descubiertos en 1945 cerca del pueblecito de NagHammadi, a las afueras de Luxor.

El profesor de geografía e historia Benjamín Rojas se impresionó. Aquellos trazos temblorosos habían sido redactados por uno de los primeros escritores cristianos de la historia, un anónimo escriba que creía que Tomás era el hermano mellizo de Jesús, y uno de los testigos directos de su resurrección. Lo que más le llamó la atención es que, por paradojas de la historia, ese texto hubiera ido a parar a Egipto, donde la doctrina de la resurrección de la carne llevaba acuñada ya siglos gracias al mito de Osiris.

Al regresar a México recordó que pocos meses antes de aquel «encuentro» había adquirido con la joven traductora y doctora en egiptología Estela en Londres la traducción íntegra de los escritos de NagHammadi, tal como fueron redactados por una prácticamente desconocida secta gnóstica entre los siglos III y IV de nuestra Era. La dulce y bella Estela, quien fuera la alumna modelo y sobresaliente del profesor Benjamín Rojas, representaba para él ese poderoso amor callado, que nunca se atrevió a gritar y que ahora representa una deidad inalcanzable que en su pensamiento resonaba el sueño vivo de tenerla en sus brazos —aún después de estos años que cuando ella faltaba, el salón estaba vacío. Las palabras se perdían en el aire y eran como insectos que volaran ciegos en busca de una llama inexistente, que torpes y locos, se estrellaban en los muros, en los cristales de las ventanas hasta explotar de silencio.

Estela, al repasar los escritos de NagHammadi, con Benjamín Rojas, él con atención, se extrañó que en sus páginas se hicieran tantas alusiones, aunque tan intermitentes, a cierta comunidad de sabios llamada «la organización», cuyo propósito último parecía ser el de construir monumentos que recrearan en la Tierra «lugares espirituales» que están en los cielos. Daba la impresión que debían de ser una especie de «ángeles» en el exilio, tratando de restablecer su contacto con los cielos. Sufrían una obsesión arquitectónica que se resumía en su necesidad de contrarrestar desde el suelo el imparable avance de ciertas «fuerzas de la oscuridad» que los textos de NagHammadi nunca terminaron de describir con detalle.

Los gnósticos que redactaron el pergamino que envejecía dentro de aquella vitrina, creían en la existencia de una lucha eterna entre la Luz y las Sombras. Una guerra sin cuartel que ha terminado afectando de modo especial a los habitantes de este planeta, y en la que algunas familias —como la de David, de donde descendería Jesús— jugarían un papel determinante gracias a sus peculiares vinculaciones con ciertos «superiores desconocidos» venidos «de arriba». El particular credo de aquellos hombres del desierto se trasladó de alguna manera a los alquimistas medievales y a los constructores de catedrales. Los templarios —según dedujo Estela con Benjamín Rojas, después de algunas averiguaciones en Francia, Italia y España— tuvieron mucho que ver en esa transmisión de saber y en la perpetuación del ideal del eterno combate entre el Bien y el Mal Y así, sin quererlo, Benjamín Rojas, se vio envuelto en la investigación de las vidas de aquellos que habían continuado la labor de «la organización» durante más de trece siglos, preservando algunos en claves y planificando la erección de otros.

Con el tiempo y buenas dosis de «suerte», Estela con Benjamín Rojas, llegaron hasta las obras de buscadores contemporáneos como Pietr Demianóvich Ouspensky, un ruso discípulo de un no menos intrigante maestro armenio llamado Gurdjieff, que en 1931 llegó a la fascinante conclusión de que los constructores de Notre Dame de París habían heredado sus conocimientos… ¡de la época del levantamiento de las pirámides! Es decir, que desde el antiguo Egipto hasta los canteros medievales debió de existir una especie de «correa de transmisión» de sabiduría que ha pasado desapercibida a ojos de historiadores y analistas. Es más, de ser acertada esa idea, aquellos «maestros de la sabiduría» debieron dejar estampada su firma no en el estilo arquitectónico empleado—eso hubiera sido demasiado burdo, superficial—, sino en el modo idéntico en que planificaron unos y otros edificios en relación a las estrellas, sin importar los milenios de historia que los separaban.

Y, claro, el desafío de localizar a los descendientes de aquellos maestros, de aquellos «ángeles», cautivaron a Estela con Benjamín Rojas, ¿Dónde se encuentran hoy los custodios de tales conocimientos? ¿Sería posible llegar a entrevistarse con ellos algún día? Ése es el espíritu que anima este relato.

Así Benjamín Rojas se encuentra, con el corazón de Estela mil veces Estela, otra vez juntos, en una investigación que a los dos los envuelve y los llena de pasión.

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