Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán
Armando Meixueiro Hernández
No es lo mismo finalizar que comenzar. César Labastida piensa en eso y recuerda, por ejemplo, la emoción con la que empezaba sus estudios en la preparatoria, la universidad o hasta el posgrado y los finalizaba de muy distinta manera; a veces contento y otras, decepcionado. También piensa en sus relaciones amorosas: cuando conquistaba (según él) y salía con una candidata con toda la pasión de la que era capaz de sentir y cómo terminaban sus amores. No es lo mismo iniciar que terminar.
Labastida se quiere hacer el valiente (no macho, eso es anacrónico y antifeminista), pero no puede. Ve la tendencia de la pandemia y su incremento. Sabe que va a comenzar su próximo curso en agosto o septiembre en forma virtual y ya no tiene miedo. Tiene pánico.
El profe César Labastida Esqueda está ante el reto de volverse a inventar como maestro. Es larga la lista en la que se ha reinventado y sedimentado. Ha pasado del tradicionalismo que gozó y padeció como estudiante; los primeros tiempos en los que practicó la docencia, planeando y llenando formatos de clases por objetivos (generales, particulares, específicos y actividades); luego llegaron al interés pedagógico, los importantes alumnos y lo mal que se comprendió y aplicó un cierto constructivismo; más recientemente se tuvo que adaptar a las competencias y la sofisticación de una tecnología educativa centrada en rúbricas y la supuesta evaluación objetiva.
César, con la honorabilidad que lo caracteriza, sabe que son malas las comparaciones, pero en esta “nueva normalidad” la adaptación va a ser muy distinta. Por ejemplo, al señor que le compra tamales cada cinco días (que sigue convirtiendo al profesor en un robusto mórbido, y más ahora encerrado en casa), no ha dejado de hacer más o menos lo mismo: preparar los tamales, levantarse muy temprano, darle a la bicicleta con la olla de tamales de dulce, verdes , rojos y de rajas, anunciar su llegada con el audio característico, aunque ahora con cubrebocas y las medidas obligatorias de higiene. Incluso los héroes servidores de salud, no hacen operaciones o colocan respiradores virtualmente, lo hacen como siempre lo han hecho, aunque claro, con medidas más rigurosas porque el peligro es inminente.
Sin embargo, al profesor César ya le han enviado requerimientos de que tiene que subir sus próximas clases a una plataforma (ni siquiera recuerda el nombre de cual) y de que debe tomar 40 horas de cursos a distancia; además de que lo han obligado a conocer y utilizar quién sabe qué tantas aplicaciones educativas.
El profe Labastida cree que ya lo había visto todo en educación, pero se percata de inmediato de su error. Ahora no puede despegarse de la pequeña lap top, que tuvo que comprar a plazos haciéndose de otra deuda, al final del ciclo anterior. Está anclado a su responsabilidad: la docencia y lo académico. Pero piensa que los efectos de la pandemia no se resuelven implementando capacitaciones fast track, ni buscando soluciones improvisadas para ocultar los problemas educativos.
Cuando se trata de emprender nuevas clases, al profesor César Labastida le gusta conocer a sus alumnos, sus sentimientos, sus intereses e ideas con respecto al curso y a la vida. Le gusta reconocer sus expresiones y gestos corporales. Pero también sabe que en las clases remotas eso va a ser difícil y complicado. Se resiste a ver en su pantalla de computadora, a través de zoom, meet o cualquier otro medio, cuadros con los nombres de los estudiantes, con su foto y micrófonos apagados. Quisiera ver la cara de sus estudiantes en forma real y humana. Escucharlos, verlos y sentirlos en vivo y a todo color.
César Labastida no le teme a la tecnología. Le horroriza la simulación y el simulacro al que está orillando la pandemia.
Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán
Director de Pálido Punto de Luz
Armando Meixueiro Hernández
Director de Pálido Punto de Luz