Federico Cendejas Corzo
“¿En qué sitio del sueño,
en qué recinto de la niebla moras,
que mi voz no te toca
ni el eco desgarrado
logra sitiarte?”
Amparo Dávila
Aquí, en medio del encierro, me he acordado mucho de ti. Me imagino que yo apenas paso por tu mente de vez en cuando como un recuerdo nublado en un rincón de tu memoria.
La cuarentena, la cercanía de la muerte y la amenaza que ronda allá afuera, me mantienen muy angustiado. Mi liberación recurrente consiste en escaparme al pasado. El único lugar sin acceso restringido en el mundo es mi mente, sumergirme en las profundidades del recuerdo ha sido mi ejercicio diario.
Escribir, leer, ver series y películas, no usar zapatos, tener calor, hablar por teléfono, trabajar a la distancia, dar clases por internet, ver tutoriales de YouTube, intentar aprender francés con aplicaciones medio inútiles. Inventar el mundo otra vez. En medio de esa nueva rutina tú y tu imagen vienen a mí con más claridad que nunca, tus ojos negros y profundos, tu cuerpo fornido y juvenil y la cara de adolescente que tenías cuando te conocí, esa expresión que no vuelve nunca más en la adultez, una sonrisa llena de ilusiones y esperanzas que el mundo borra poco a poco con su odio y su insensibilidad.
Recuerdo muy bien el día que te vi por primera vez en el salón de la preparatoria. Llegaste con una gorra de béisbol azul que el profesor te hizo quitar porque no era adecuado usar una prenda así en el salón de clases. Me dio risa y me volteaste a ver con un poco de odio. A pesar del altercado nos hicimos amigos, ¿te acuerdas?
Comenzamos a compartir momentos, risas y anécdotas. Dolores, sabores, confidencias. Eras mi único amigo hombre. Yo, que estaba acostumbrado a juntarme siempre con mujeres porque con ellas me sentía seguro, tomaba esta nueva relación como una verdadera novedad. Nuestros compañeros del salón nos empezaron a molestar. En una ocasión me dijiste que a tus padres no les gustaba mucho que fuéramos amigos. Creo que ellos, tanto tus padres como nuestros compañeros, sabían algo que tú y yo todavía no.
Un día que estábamos juntos en mi casa, quién sabe cómo o por qué pasó, pero pasó, nos besamos y ni tú ni yo nos resistimos, nos dejamos llevar por esa fuerza magnética incontrolable que muy pocas veces he sentido en mi vida. Después de los besos, nuestras manos curiosas despertaron y comenzaron a escudriñar los rincones del cuerpo en donde se guarda celosamente el placer. Fue extraño. Me sentía poseído por alguien que no era yo, más bien, estaba poseído por mi verdadero yo, ¿no crees?
Sentía una energía desconocida que recorría todo mi cuerpo y que hasta ese momento había estado guardada esperando el momento de revelarse con toda su potencia.
Cuando terminó aquel episodio te fuiste de mi casa y te despediste de mí. Me contaste que te mudarías al extranjero, tus padres se iban a perseguir el sueño americano y te irías con ellos.
Me quedé muy triste, los seis meses que pasé a tu lado se terminaban y me dejabas con la confusión a cuestas y el sabor de tu boca en la mía.
Han pasado muchos años. Observo tu vida en Facebook y te ves feliz, aunque ¿quién no se ve feliz en las redes sociales?
Decidí escribirte este mensaje que no sé si enviaré para decirte que tú eres el primer hombre al que besé, tienes en mi vida el lugar del adolescente que hace que te des cuenta quién eres en realidad, el que prendió la fogata, el que inauguró con sus labios y sus manos el deseo que vivía dentro de mí.
Hoy, en medio del encierro, no te recuerdo con la tristeza y la nostalgia con las que me dejaste aquel día de tu partida. Te evoco con una sonrisa en el rostro, te tenía que decir que jamás te olvidaré y que te tengo mucho cariño, la medalla del primero que te ganaste solamente la puedes tener tú y ninguna otra persona podrá quitártela jamás. Así funciona, simplemente.
También te quiero decir que soy feliz, que estoy bien y que, de cierto modo, agradezco a esta enfermedad que me obligó a quedarme en casa, por traerte así a mi vida de nuevo, con tu cara de niño despertando a la realidad y con tu gorra azul de béisbol.
Te dejo un abrazo apretado y guardo la esperanza de que cuando acabe esto quizá tengamos la fortuna de vernos otra vez.
Federico Cendejas Corzo
Licenciado en Letras Hispánicas por la UNAM y Licenciado en Comunicaciones por la Universidad Anáhuac. México Norte.
De lo mejor que he leído en medio de este encierro.
Muchas gracias por leer y comentar.