Pablo Fernández Juárez
“…Ojalá que este momento no se utilice para hacer retroceder todavía más los planteamientos curriculares, y luego, se convoque a los expertos en las disciplinas base que, junto con los pedagogos, psicólogos y profesores, tengan un verdadero y fructífero debate…”
Esto escribía José Manuel Cordero en 1997, el entonces pasante de doctorado en educación, para la Revista Española de Filología y Didáctica CAUCE en sus Números 20-21.
En este artículo el autor cita el memorable escrito de Umberto Eco, cuando éste se refería a los medios de comunicación de masas, para extrapolar y reflexionar sobre la posibilidad de adherirnos a los Apocalípticos que se aferran al pasado, o a los Integrados que le apuestan a la tecnología y a la modernidad cómo la única solución a los problemas de la educación, entre otros aspectos de nuestra vida.
Los días interminables de pandemia, de aislamiento y de estar en casa, han sacado de las cloacas y cañerías domesticas a los histéricos que gritan desde sus balcones la terrible angustia por no poder salir- dicen ellos- a “convivir como Dios manda…”
Aunque el término original de histeria fue utilizado por Sigmund Freud, creador del controvertido método psicoanalítico, para describir a sus pacientes reprimidos y con alto grado de expresividad emocional, ha sido actualizado y, según los autores del Manual Estadístico de Trastornos Mentales en su versión actual (DSM-5, por sus siglas en inglés) que lo describe asociado al Trastorno Histriónico de la Personalidad, se puede rescatar el término como un conjunto de rasgos de personalidad, que, sin llegar a un trastorno como tal, caracteriza a las personas hipersensibles, con gran excitación emocional, que muestran un alto nivel de ansiedad y sufrimiento en momentos de conflicto y de crisis y que llegan a parecer impostados, artificiales y exagerados en sus emociones y sentimientos.(1)
Cito todo lo anterior, ya que observamos en las últimas semanas y en varios países, incluyendo México, a los infaltables personajes de la “vida artística” y del espectáculo, así como a conductores de noticiarios y comentaristas “expertos” que gritan histéricos. También, a una gran cantidad de profesores que expresan sus emociones más íntimas con elocuencia y cierta teatralidad.
Por ejemplo, he encontrado en los grupos de whatsapp, a ciertos colegas docentes que anhelan respuestas a los nuevos senderos de la educación, como buscando la piedra filosofal, pero sin formular propuestas concretas y claras; sólo señalan los errores, con el pulgar hacia abajo de emperador romano, profetizando escenarios educativos más apocalípticos que los cuatro jinetes bíblicos juntos.
Apelan a lo ya visto y vivido, cómo un Deja Vu distorsionado, y mucho más confuso que el original trastorno de la memoria.
También están los medios de comunicación de masas, que desesperadamente buscan la noticia que alimente el día. Los integrantes de la gran familia del espectáculo que ahora se han convertido mágicamente en gurús, “influencers” y “blogueros” que cantan desafinados y cuentan sus experiencias y su dolor por el confinamiento, con un dramatismo tan fingido y lacrimógeno, que envidiaría el mismo Ricardo III en la espectacular y altisonante tragedia de William Shakespeare. Ellos desean ser vistos y escuchados, disfrazados con ropa deportiva y barba crecida (como el carismático presidente de Canadá, que no es lo mismo, pero es igual…), como si el confinamiento obligado se rigiera por las reglas no escritas de total soledad, descuido y desaliño. Entonces es momento de plantear una duda existencial al respetable: ¿estar en casa consiste en caminar todo del día en pijama de ositos, dejarse el cabello largo sin peinar, y la barba al garete?
En días recientes, en el periódico español El País alcancé a leer (y digo alcancé ya que ahora el acceso es sólo para suscriptores, bendita pandemia), que un ciudadano español afirmaba que el confinamiento era peor que estar en la cárcel. Ojalá no tenga nunca la experiencia de estar verdaderamente preso.
Pero los más peligrosos son los políticos y gobernantes que han “enseñado el cobre” y un paupérrimo liderazgo, tan precario como lamentable y con falta de habilidades técnicas, conceptuales y humanas que requieren los líderes actuales. Únicamente acompañados de una retórica vacía y banal y un lenguaje pobre y más que cantinflesco. Eso sí, haciendo gala de una cultura general y de un control de emociones equivalente a un alumno de preescolar.
Por esto, la histeria encontró su mejor oportunidad para resucitar y expresarse en esta crisis e incertidumbre por el futuro inmediato.
Las teorías de la conspiración – que ni mis alumnos universitarios creen ya en ellas- están a la orden del día, sumadas a la ignorancia, el desafío y a una “rebeldía sin causa” peor que la de los adolescentes en ciernes, en la primera película de James Dean. Acabo de leer el día de hoy jueves 11 de junio, que los policías de la ciudad de Monclova, Coahuila, se resistieron a las pruebas del Covid-19 por asegurar que no existe y la calificaron como invento de las autoridades.
Me parece importante detenerse y pensar no únicamente en nosotros, sino en los que nos rodean y en la convivencia, el cuidado y aislamiento responsable, en encontrar un poco de paz y calma con alguna actividad manual, la lectura reflexiva o recreativa, en la música creativa, no importa el género que sea y evitar la saturación de información que nos lleva al abismo de la desinformación.
Un profesional de la salud de cierta institución educativa acuñaba, en estos días, un extraño trastorno llamado trauma vicario, que consiste en la ansiedad y miedo por imitación, provocado por escuchar a los otros acerca de sus vivencias y experiencias y lo asociaba al Trastorno por Estrés Postraumático; la nueva otredad que rebasó a Octavio Paz.
Hace unas semanas estuve en un Encuentro Virtual de Orientación, escuchando anécdotas que describían lo difícil que es estudiar y enseñar desde casa, así como múltiples reclamos y críticas al sistema que la autoridad parece imponernos: la modalidad de educación a distancia.
Si bien es cierto que esta modalidad tiene sus claras y obvias limitaciones, y no educa ni forma, como afirma en su artículo Gloria de la Garza, titulado a manera de pregunta; ¿Es posible la Educación a Distancia?, publicado en la Revista electrónica Pálido punto de luz, donde propone – entre otras ideas- un modelo híbrido de educación en esta vorágine globalizante, pero considerando varias y puntuales limitaciones.
Como docentes responsables tenemos que proponer y actuar, reconocer nuestras carencias. Los alumnos y mis dos hijos me han enseñado a manejar un poco mejor la tecnología con su comprensión y paciencia, y a ser más creativo en mis clases en línea, con las bondades que refiere la profesora citada.
Veo asomarse por puertas entreabiertas, a los docentes que no disfrutan su trabajo y que éste parece ser el último recurso para subsistir. Espero que piensen en los que se quedaron sin empleo y con recursos mínimos para mantener una familia y a ellos mismos.
Finalmente, tenemos que recordar que el estrés y el miedo no son necesariamente malos y perjudiciales, nos permiten cuidarnos y protegernos de amenazas reales; pero el pánico y la histeria paralizan hasta las mentes más brillantes. La resiliencia y la capacidad de afrontar la vida depende de nosotros, de nadie más.
Notas
1) William. N. Citado por Javier Ramos García en la Revista Internacional de Psicoanálisis No. 047 del 2014.
Pablo Fernández Juárez
Es Psicólogo y Maestro en Psico-Pedagogía. Es profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad Anáhuac.