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Tarea

Cuentos en el muro

Valeria Brambila Ramírez


El fin de Benjamin Rojas

Una mañana obscura y fría Benjamín Rojas despertó cansado de todo lo que conocía.

Cansado de levantarse aún sin luz del sol y sentirse asaltado por la hora de sueño que le ha robado el bendito horario que implementaron hace unas semanas, cansado de desayunar el horrible cereal de fibra que ayuda con la digestión según el empaque, cansado de ponerse las mismas camisas desgastadas que tiene desde hace ya años porque con el sueldo que gana no le alcanza para comprar unas nuevas.

Cansado de vivir en el mismo vecindario con las mismas casas despintadas, los mismos autos destartalados donde el modelo más impresionante es una caribe roja del 89 con rines nuevos que se enteró Benjamín que eran robados, las mismas bolsas de basura de los vecinos que no han podido recoger desde ya hace días y las mis calles con hoyos y grietas que tienen el poder de producir tristeza de sólo verlas.

Cansado del tráfico de la ciudad y peor aún, cansado de escuchar a Toño Esquinca en el coche porque su esposa adora sintonizar esa estación con sus frases dizque reflexivas, sus malos chistes y sus datos curiosos que parecen sacados de una revista de Selecciones de esas que se encuentran en las estéticas. Cansado de llegar al trabajo donde por más que le guste su profesión se da cuenta del desinterés de los estudiantes que únicamente asisten por que los mandan sus padres “para que sean alguien en la vida”. La mayoría sólo van a acostarse en el pasto que más bien parece tierra, a fumarse un cigarro para el frio con su pareja designada en ese momento.

Cansado de checar la hora en que entra, de tener que ir por la llave para abrir el salón, de subir tres pisos y caminar varios metros para llegar a la aula, de ver cuatro estudiantes fuera de ella porque ni Dios permita que lleguen temprano a su primera clase los otros 46 alumnos restantes.

Cansado de hablar dos horas frente a unos jóvenes, cansado de verlos desayunar su torta de tamal verde, de verlos hablar con sus compañeros, de ver a las chicas maquillándose y mandando mensajes a sus obsesivos novios que deben saber donde están a las siete de la mañana. Cansado de explicar las mismas teorías que ninguno de sus alumnos piensa que son importantes conocer y que hasta les causan sueño, ya que nunca falta que Benjamín vea a un par de jóvenes recostados sobre sus bancas en la fila de hasta atrás.

Pero ya basta, en ese momento cierra su libreta de apuntes, toma su portafolio negro y pide a sus alumnos salir del salón. Les dice que tiene una emergencia y que debe de cumplir primero con ella por lo tanto deben de retirarse de inmediato. Los alumnos sin cuestionarse (como siempre) salen y se van felices con la idea de que no harán nada mientas esperan su siguiente clase.

Benjamín agotado de la situación se pregunta ¿Y qué gano con todo esto?, ¿Cómo diablos puedo disfrutar mi vida de esta manera? Cómo me puede gustar ser ignorado por unos chamacos que al final irán a dar a un trabajo donde sólo harán montañas de dinero para alguien más y encima de eso deben sentirse afortunados y agradecidos de la oportunidad de tener ese trabajo.

Se dice a sí mismo:

—¡No más!, Éste es el fin.

Benjamín Rojas va hasta el estacionamiento y se sube con tanta prisa a su coche que hasta olvidó dejar las llaves del salón en la coordinación y cuando se dio cuenta no sintió remordimiento alguno ya que estaba seguro de que la escuela tendría otro juego, si por algo se caracteriza la facultad es por cautelosa y prevenida.

Riéndose por esos pensamientos, sonreía mientras manejaba hacia su casa, sólo podía pensar en algo que lo hiciera feliz en ese momento, en algo por lo que él estuviera dispuesto a dar todo, Benjamín Rojas no dejaba de preguntarse si en el mundo o por lo menos, en su mundo existía algo así.

Llego a su casa, abrió la puerta y vio a su esposa cociendo su pantalón harapiento que usa los fines de semana, mientras veía el programa de Hoy donde daban una receta con espagueti (la comida preferida de Benjamín).

Y se puso a pensar, ella era la única razón por la que el veía una y otra vez las sosas películas de Pedro Infante, era la razón por la que él iba todos los domingos a desayunar al VIPS por más que él odiara su pésima comida de cafetería. Sólo por ella intentaba lavar los trastes y barrer la cocina y aunque era algo tan simple, siempre lo hacía mal. Por ella tuvo un perro que ni le gusta, hasta cree que es alérgico a él, pero verla sonriendo por un animal con ojos saltones y orejas más grandes que un paracaídas causaba en el algo que no podía explicar, Benjamín recuerda que alguna vez llamo a ese sentimiento: felicidad.

Y ahí en medio de su sala que también era comedor por tan poco espacio que tenía la casa, se dio cuenta de todo. Por más mal que estuviera el sistema, su trabajo, los alumnos holgazanes, el olor de tamal que tenía que soportar cada mañana, si ella podía ser feliz sólo viviendo para su esposo, él podía ser feliz sólo por ella.

Benjamín se quedó pensando que allí donde hay alguien a quien se quiere y donde hay alguien que nos quiere de verdad, ése sí que es el lugar más bonito del mundo.

Al otro día aunque siguió cansado del horario, del horrible cereal que sabe cómo a cartón, de su ropa vieja, de sus vecinos sucios, del tráfico, de las frases que oye en la radio, del trabajo y de sus alumnos, Benjamín pensó que en realidad era fácil aguantar todo eso, difícil era lo que hacía su esposa, ella era capaz de aguantar tener un esposo que aguantaba todo eso.

Valeria Brambila Ramírez

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