Alejandra Gabriela Meza
Profesor Tonatiuh, buenas tardes:
Recibí, como cada publicación, el último número de Pálido Punto de Luz, lo cual siempre agradezco, leo con mucho interés y gusto.
Decidí escribirle por este medio, por parecerme más cercano que hacerlo a la parte editorial de la revista, sólo para comentarle que me impresionó, de forma muy personal, la publicación del artículo: El amor no basta: habla la madre del asesino de Columbine, entre otras cosas me hizo reflexionar sobre el uso de armas de fuego y su relación con la violencia, además de relacionarlo con mi experiencia de vida.
Antes que nada, necesito aclarar que soy opositora al uso de armas de fuego (y de otras), no justifico su uso ni por defensa propia, creo que sí existe una relación directa entre violencia-uso de armas. Sin embargo, soy una de los siete hijos de un militar de carrera (además de tener un abuelo con una trayectoria de vida dentro del ejército), lo que propició que las armas fueran parte de las cosas cotidianas en mi ambiente familiar; recuerdo perfectamente que mi papá jamás salió de nuestra casa sin su pistola no importaba si el motivo era laboral, social, familiar o de otra índole, mi mamá siempre la guardaba en su bolso y, al hacer memoria, nunca cuestioné o se me hizo extraño ese hecho, sabíamos cómo familia que por ser militar él tenía la posibilidad de portar un arma.
También recuerdo que las armas que existían en casa no estaban ocultas y mucho menos resguardadas bajo llave, en el cuarto de mis padres era común verlas en los muebles, al mismo tiempo recuerdo que ninguno de nosotros las tomó para jugar, por curiosidad o para mostrárselas a otros, la regla era que las armas en casa eran una herramienta de trabajo de mi padre y que no se tocaban, cosa que en la generalidad hicimos todos, en mis memorias tampoco existen pensamientos de mis hermanas o hermanos sosteniendo las armas que se encontraban en nuestro hogar. Inclusive, cuando mi papá fue comandante de un Batallón de Ingenieros nos enseñó a tirar y, a su decir, no lo hacíamos tan mal.
No obstante estos hechos, ninguno de nosotros creció con el ánimo o motivación de tener un arma, de dedicarse a algún deporte o actividad que involucrara armas, o tenerla por protección o sentido de seguridad. Cabe mencionar, que muchas de las amistades de nuestra infancia en la Zona Residencial Militar tienen recuerdos similares sobres las armas que portaban sus padres, tampoco han tenido nada que ver con la adquisición o uso de un arma, de hecho, muchos nos inclinamos a actividades que nada tienen que ver con la milicia o con el manejo de estos artefactos.
Me parece interesante que siendo nueve miembros en nuestra familia nuclear, con carácter y personalidades diferentes, con algunos problemas emocionales (como depresión o síndrome de ansiedad en todos), no hubiéramos ubicado a las armas como una vía para resolver nuestros conflictos existenciales. Siempre me he preguntado si nuestra crianza, el ambiente comunitario y social en el que nos desenvolvimos, si nuestra personalidad o todo junto fueron clave para desarrollarnos sin fijación a las armas (por llamarlo de alguna manera).
En fin, no le quito más el tiempo, les agradezco como siempre que exista una publicación como suya, que nos invite a la reflexión, al aprendizaje y, por qué no, al despertar de los recuerdos.
Espero que pase un buen día.
10 de abril del 2018
Alejandra Gabriela Meza