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Tarea

Cuentos en el muro

Chuy Ramos Medina


Los limones

Esta historia está basada en hechos reales

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¿Sabían que si se toman el jugo de un limón en una taza de agua tibia en la mañana (en ayunas) podrían salvar su vida?

I

¿Sabían que si se toman el jugo de un limón en una taza de agua tibia en la mañana (en ayunas) podrían salvar su vida?

A mediados de la década de los 70’s del siglo pasado (se escucha raro pero es así), Eligio Ramos terminaba su servicio social como estudiante de la carrera de medicina en el municipio de Navojoa, Sonora.

Para celebrar tal acontecimiento, él y su compañero de carrera, el ahora Dr. Juan Manuel Zaragoza, fueron a festejar al pueblo costero de Huatabampito, Sonora, que habían terminados sus estudios formales y ahora sólo faltaba la prueba final: su examen profesional que se llevaría a cabo en Mexicali.

Mientras tomaban sus últimas cervezas, Eligio le comentó a su amigo:

—¿Sabes que Juan Manuel?, me voy a Mexicali, le comentó Eligio a su “roomie” (compañero de departamento), con quien había estudiado desde los inicios de su formación profesional y con quien había formado una gran amistad.
—¿Cómo qué te vas Eligio?, ¿mañana…?— preguntó dudoso Zaragoza.
—No, ahorita me voy a Mexicali, ya quiero estar en mi casa y disfrutar ahí las vacaciones. Además tenemos que prepararnos para el examen profesional— respondió seguro Eligio.
—Pero no chingues Eligio, ya es muy tarde, es temporada de vacaciones, ya no vas a encontrar autobuses, vámonos juntos en unos días más que yo termine…— lo conminó su amigo.
—Ya sabes como soy cabrón, llévame a la central de autobuses, ya se me metió esta idea de irme y me voy— le dijo Eligio.

Dicho y hecho: se fueron de Huatabampito a Navojoa y de ahí a buscar un autobús. No encontraron uno solo, pues siendo temporada alta de vacaciones, estaban todos los pasajes saturados.

—Te dije “Chichí” (así le decían de cariño a Eligio su gente cercana), no vas a poder irte— sostuvo Juan Manuel sonriendo.
—Mira Juan Manuel, llévame a la carretera y déjame en un paradero, vas a ver que en menos de lo que canta un gallo alguien me da raite— declaró Eligio.
—¿Quééé?, ¡estás loco!, ¿cómo te voy a dej…?— trato de decir Zaragoza, pero Eligio lo interrumpió.
—Tú déjame hermano, tú sabes que se me cuidar, no va a pasar nada, todavía hay luz del sol— dijo Eligio.

A regañadientes Juan Manuel dejó a su amigo en la carretera.

La aventura iniciaba.

Después de varias horas de esperar en el paradero, Eligio se empezaba a impacientar.

Se hizo de noche y para colmo de males, empezó a llover.

Eligio pensaba que todo era parte de la aventura y trataba de tomar las cosas con serenidad.

Se refugiaba en la estructura del paradero junto a la carretera solitaria mientras la lluvia que escurrían por las numerosas goteras del endeble techo, llenaban su sombrero vaquero de agua (estaba en Sonora, y había comprado sus botas y sombrero, por supuesto).

Cuando parecía que las cosas más mal se ponían, paró un carro.

Era dos hombres en una especie de camioneta suburban muy antigua; el conductor le gritó a Eligio:
—¡¿A dónde va amigo?!
—¡Voy hasta Mexicali señor!— sostuvo Eligio
—¡Chin, va muy lejos, yo no llego hasta allá, pero si gusta le ayudo y lo dejo aquí enfrente en Empalme o Guaymas de perdida para sacarlo de la lluvia…! – dijo el chofer.
—Le agradezco mucho señor, claro que le acepto la ayuda…— y Eligio se subió a la camioneta, sin esperar jamás la extraordinaria experiencia que iba a vivir momentos más tarde.

Cómo pudo se acomodó entre un gran cantidad de cajas que se transportaban en ese vehículo.
—¿De dónde viene amigo?— le preguntó el chofer a mi padre.
—De Navojoa Señor…— respondió mi padre mientras estudiaba con atención y prudencia el interior de la camioneta.

Eligio vio que había dos niños más en el vehículo. Iban dormidos en la parte superior de las cajas.
—Son mis hijos— sostuvo sonriendo el hombre que conducía mientras miraba a Eligio por el retrovisor.
—Venimos de Colima, traemos limones, los llevamos pa´l norte, a eso nos dedicamos. Con la gracia de Dios mañana dejamos la carga y nos regresamos— le dijo el hombre a Eligio.

El hombre le contó a Eligio que era profundamente creyente y pertenecía a una congregación religiosa en su tierra.
—¿Y tú a que te dedicas muchacho?— preguntó el hombre.
—Soy médico señor— respondió Eligio mientras se quitaba sus botas vaqueras llenas de lodo.
—¡Ah cánijo!, ¿en serio?, disculpe Doctor, yo no sabía…—dijo apenado el chofer.
—No se preocupe— sostuvo Eligio— nada cambia.
—No Doctor, ¿cómo cree?, por favor descanse y sepa que es un honor poder ayudar a una persona preparada como Usted. Duérmase un ratito, se mira cansado, yo le aviso ahorita que lleguemos…—le dijo el chofer.
—Muchas gracias señor— dijo Eligio, quien no tardó mucho en conseguir dormir agradecido.
h2. II

¿Sabían que Colima es el estado más pequeño de México y es conocido por producir los limones verdes más ricos y nutritivos del país?

La camioneta suburban en la que viajaban había sido adaptada para poder llevar todas las cajas de limón. Se habían quitado todos los asientos de la parte trasera, para maximizar el espacio.

En la parte que quedaba entre el techo del auto y las cajas, estaban acomodados los dos hijos del chofer y Eligio Ramos, quienes dormían plácidamente.

Sin embargo, algo interrumpió el sueño de Eligio.

Fue un fuerte estruendo y un sacudida que lo estremeció por completo.

Al principio pensó que era un sueño, pero el ardor insoportable en sus ojos le recordó que lo que vivía era una realidad.

Luego, con dificultad por el jugo de limón en sus ojos (y todo su cuerpo, que estaba bañado en jugo de limón y aceite de auto), pudo ver el cielo estrellado.
—¡Puta madre chocamos!, ¡no puede ser!— pensaba Eligio, mientras se autoexaminaba para evaluar que tan herido estaba.

Luego un grito.
—¡Mis hijos!, ¡¿dónde están mis hijos?!— gritaba desesperado el chofer mientras buscaba entre los fierros retorcidos y la maleza, señal de sus pequeños.

Encontró uno.

Estaba muerto.

Eligio miraba como el hombre levantaba al cielo el cuerpo inerte del niño mientras le pedía a Dios que se lo recibiera.
—¡Recibe a mi hijo Dios mío!, ¡tú me lo diste y ahora tú te lo haz de llevar!, ¡recíbelo en tu reino!— gritaba el hombre desesperado en una especie de trance traumático.
—¡Haaaay!— se escuchó un quejido; era el otro niño, aún vivo.

Su padre corrió por él a dónde estaba y del mismo modo lo levantó al cielo, pero esta vez para pedirle al Creador que no se lo llevara.
—¡Dios mío, salva a mi hijo herido!, ¡deja vivir a mi hijo!, ¡déjame seguirlo cuidando Diosito, ya te llevaste uno!— gritaba el hombre al cielo estrellado de ese lugar solitario de Sonora dónde nadie más lo escuchaba.

Eligio consciente de todo y mientras se hacía a si mismo un torniquete en una de sus piernas herida, le gritó al hombre.
—¡Si el niño está vivo no debe ser movido, no lo sacuda señor!— dijo Eligio

El hombre lo ignoró y corrió con el niño herido a la carretera en sus brazos.

Eligio pudo ver como literalmente se paró frente al primer carro que vio en la carretera con el niño para después subirse y perderse en el camino para buscar un hospital.

Ese segundo niño murió en el camino.

Más tarde llegó una ambulancia por Eligio, quien no estaba herido de gravedad.

III

Los limones tienen muchos beneficios para la salud que se han conocido por siglos. Los dos mayores son su fuerte poder antibacterial, antiviral y los poderes de estimulación inmunológica, así como su uso como una ayuda para la pérdida de peso porque el jugo de limón es, asimismo, digestivo y depurativo del hígado.

El peritaje fue claro: la suburban se había quedado sin gasolina.

Para mala suerte de todos, esto había sido en una curva, por lo que era imposible que los autos que venían detrás pudieran evadir la camioneta varada en medio de la carretera.

Luego lo peor: un camión tipo torton a exceso de velocidad, se encontró con la suburban en el camino. La destrozó.

Sin embargo, el chofer y su acompañante lograron guarnecerse junto al camino.

Sus hijos y Eligio no tuvieron tanta suerte, pues recibieron el golpe de lleno mientras dormían como bebés.

Bueno, Eligio si tuvo mucha suerte: lo salvaron los limones, que amortiguaron el impacto de su cuerpo al salir despedido de la unidad más de 25 metros del choque.

Al siguiente día Eligio fue despertado por la enfermera en un hospital mientras yacía en una camilla.
—Joven, una persona quiere hablar con Usted— le comentó la enfermera.
—Buenos días Doctor Ramos, soy de la policía judicial de Sonora. Estamos investigando el accidente en el que se vio involucrado y en el que murieron dos personas. Una vez que se encuentre bien deberá acudir a rendir su declaración como testigo. El padre de los niños está detenido por el delito de homicidio imprudencial.— le dijo un hombre vestido de vaquero mientras le mostraba una placa de policía.
—No sé que pasó oficial, pero si le puedo decir algo: ese hombre jamás quiso que esto pasara, todo fue un accidente— respondió un Eligio adolorido y magullado.
—Siento mucho todo esto Doctor, las cosas son así. Lo esperamos en el Ministerio Público— respondió el judicial y se retiró.

Eligio aún no podía creer lo que había vivido; sentía pena por el hombre y sus hijos, sentía alegría por estar vivo, sentía coraje por no haber escuchado a su amigo “Zaragoza” (así le decía Eligo a Juan Manuel). Vivía una mezcla extraña de emociones que lo confundían, cuando de pronto…
—Doctor— dijo la enfermera— lo buscan…

Era su amigo Juan Manuel Zaragoza que con una gran sonrisa le dijo.
—¡Te dije que no te fueras cabrón!— mientras le daba un cálido abrazo en la camilla.

Eligio tenía que permanecer varios días en el hospital por sus heridas, pero pidió su alta voluntaria en ese momento (en contra del médico que lo atendía).

Herido como estaba, tenía que ir a ver al padre de los niños muertos.

En la rejilla de prácticas del juzgado, el hombre lloraba y le gritaba a Eligio:
&#8212¡Dígales Doctor!, ¡Dígales que yo no los quise matar!, ¡eran mis niños, como los iba a querer matar Doctor!— gritaba el hombre llorando.

Y eso les dijo Eligio a las autoridades.

Nunca supo que pasó con ese hombre.

Luego, Eigio siguió su camino a Mexicali (esta vez en un autobus), donde su padre Saturnino Ramos lo recibió con gran sorpresa al verlo herido.
—¿Qué te pasó mijito?— Le preguntó su padre a Eligio.

Eligio le contó todo a su padre.
—Si serás pendejo— le dijo su padre a Eligio y le dio un abrazo.

Años más tarde Eligio Ramos y Martha Medina me dieron la vida.

EPÍLOGO

En el intrincado misterio de la vida, la cadena de sucesos que vivimos desemboca muchas de las veces en situaciones extrañas, complejas o tristes, las cuales parecen simples casualidades sin relación, sin embargo en el Universo nada ocurre por azar, todo lo que pasa tiene que pasar por algo: el plan del Gran Arquitecto del Universo es perfecto y en este caso en lo particular, siento en mi corazón que era necesario que esos limones salvaran la vida de Eligio Ramos, pues existía otro designio para su vida, que luego me dio la vida a mi que escribo esta maravillosa historia para compartirla con todos.

Yo tengo varios meses tomando el jugo de limón en las mañanas y me siento de maravilla.

Por eso les digo que los limones pueden salvar vidas.

Es cuanto.

Chuy Ramos Medina

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