Mariana Fernández
Vivíamos en un lugar de playa, caluroso, cálido, yo sentía que nada podía salir mal en un lugar tan hermoso.
Mi mamá y yo siempre íbamos a un muelle que estaba cerca de mi casa a ver el atardecer, era una costumbre de las dos ir a las 6 pm a disfrutarnos una de otra y a caminar sobre la arena, era nuestra terapia, nos divertíamos tanto y cada día a su lado me hacía valorarla más de lo que lo hacía.
Llegó un miércoles por la tarde y mi madre no llego, al principio estaba muy enojada ya que me había dejado plantada y por otro lado se me hizo muy raro ya que ella no fallaba ni un día; decidí pasar la tarde yo sola y disfrutar del atardecer como ya era una costumbre. Al llegar a casa, mi padres sentados en la mesa esperándome, yo no sabía que estaba pasando y me dieron la noticia que mi madre estaba enferma, que no sabían el tiempo estimado de vida y que por decisión de ella, no quería hacerse ningún tratamiento, todo lo quería natural, yo al saber eso me enoje ya que todavía podríamos tener un a esperanza de que se pudiera salvar. Al día siguiente mi madre hablo conmigo y me dijo que la entendiera y que debía ser muy fuerte, aunque no estuviera de acuerdo, lo respetaba.
Seguimos mi madre y yo la misma costumbre que teníamos de ir al muelle durante tres meses más, hasta que ella ya estaba muy mal y falleció.
Siempre quise volver una y otra vez, recordando todo lo que ella y yo vivíamos, cuando estaba en el muelle, sentía que nada podía salir mal.
Mariana Fernández