Jesús Caballero y Díaz
J. D. Bernal fue el genuino historiador de la ciencia, la lectura de su “La Ciencia en la historia” en una edición de la UNAM fue un regalo de Sebastián Cárdenas coordinador de la Maestrías en Pedagogía y en Psicología Educativa de la Escuela Normal Superior durante mis estudios, cuando coincidimos como maestros en la Escuela Normal “Maestro Manuel Acosta” de la que era director el maestro Raúl Bolaños Martínez, las jornadas académicas matinales en esa escuela duraban como una hora, nos obligaba a llegar temprano, nos estimulaban tanto el cafecito invitado por la dueña de la escuela como nuestras tertulias, más bien charlas amistosas que el repaso de las ocupaciones magisteriales sin faltar comentarios sobre los cambios educativos que nos afectaban a corto plazo, así como intercambio de bibliografías y de libros que la buena amistad nos permitía.
¡Filosofía en la educación normal! Lógica, Epistemología para empezar el día y enfrentar al saber vulgar, la intuición femenina y la innata hechicería de nuestra alumnas para asustar a sus bisoños catedráticos trataban de inducirlas al estudio de el hacer académico de el estudio formal. Choqué contra sus hormonales experiencias, la excitación neuronal que las hacia charlar, charlar y charlar, al principio creí que no podría con ellas y se lo confesaba charlando al maestro amigo Cárdenas —unos años mayor que yo— él no dejaba de orientarme con sus comentarios alegres sobre los perfiles escolares de nuestras alumnas, empezando por aquellas que parecían haber salido de alguna cocina rural y en un triple salto mortal, arribaban a nuestras aulas; poco a poco y a pesar de el horrible uniforme empecé a conocerlas, a oírlas, incluso a respetar sus diferencias, la cuestión era reconocer por sus lenguajes el dominio de su información científica y el conocimiento de sus aptitudes (dirían ustedes competencias ) escolares.
Mi primera impresión fue que parecían haber escapado de la secundaria, como si su currículo hubiera sido de puras pintas. Fíjate también profesor Roca —me orientaba el profesor Cárdenas— en las charlas que no puedes interrumpir cuando entras al salón, las que dejas al salir, las que escuchas sin que te cachen en el descanso, ocasionalmente caía en alguno por un respiro burocrático o una junta académica y en efecto las jóvenes entre quince y veinte años vivían su primera juventud en el descubrimiento de su femineidad, la coquetería, la vanidad, el hallazgo de su conocimiento verbal y la posibilidad de compartirlo con sus iguales, así como esa personal libertad del tránsito de casa a la escuela y de la escuela a… continuar charlando.
La ciencia en la historia de Bernal me llevó a la historia social de la ciencia, a la vida social como engendradora de los lenguajes, la cultura, la ciencia y la filosofía, Cárdenas tenía razón, luego de examinar el programa oficial y examinar el papel de la lógica formal en la vida escolar, en la complejidad del papel de la filosofía en la formación del maestro tuve que descubrir a mis alumnas como sujetos del aprendizaje de todo eso. Nada en mi preparación de maestro me ilustraba para ayudar a mis alumnas aún niñas y… ya mujeres jóvenes en posesión de su ser femenino, sus charlas eran siempre sobre ellas, sobre su presente y una lucha por una mayor independencia personal en la familia, tanto como el disfrute de la vida social femenina, de la relación entre iguales, ¿cómo penetrar en esa torre de babel? ¿qué hacer con lo que Cárdenas me aconsejaba.
Tardé algunos años que me parecieron el descenso al infierno del Dante al rescate de esas Beatrices, hubo muchos fracasos, menospreciaba sus temas, sus contradicciones, sus confusiones mientras me empeñaba en añadirles un galimatías “ a fortiori” …¡así me fue, así les fue!; pero, John D. Bernal vino en mi auxilio, me ayudó a descubrir el saber científico y su dialéctica en el charloteo desvalorado inicialmente por mis inicios docentes. Mis “núbiles canéforas” eran portadoras de una cultura compuesta por conocimientos reales que les permitían intercambiar verdades, falsedades, verdades a medias , medias verdades, falsedades que parecían verdades, errores silogísticos satirizados por alguna de sus descubridoras, ágiles ironías para burlarse de evidentes burradas expuestas por otras que no eran una de ellas, en una “tierna ideomaquía” y a veces cargada de ganas de hacer un acoso que no pasaba de provocar algún sentimiento vergonzoso pasajero, paso festejado por soberbias carcajadas y los apaciguadores “chick to chick”. sabían de lo que hablaban, era un saber vulgar pero saber al fin y al cabo en el que no faltaba razones y conclusiones.
Bernal me permitió descubrir todo eso: la vida humana, la cotidiana vida de los hombres y las mujeres me las presentaba como infraestructura de la cultura, una especie de hardware para los softwares de la ciencia, la religión y la filosofía y ¡eureka! en mi caso yo, a mis alumnas como poseedoras de ese saber vital , inicial; saber y lógicas al fin y al cabo propias, charlaban sobre sus vidas, sus asuntos, sus temas de interés con sus propias palabras, su gramática oral, su lógica de ¿me entiendes? Y una genética intuición femenina que definitivamente no es masculina.
Descubrí al pensamiento femenino en la frescura de sus encuentros, pensando que tal vez un día ellas disfrutarían de descubrir el pensamiento infantil en la escuela primaria, el jardín de niños o en sus alumnos de las propias cátedras universitarias. Del horror del catalogo de silogismos aristotélicos, al peripatético estudio colegiado de los dichos y los escritos había un abismo que debía cruzar como en una cuerda floja.
Por Bernal me había descubierto a la comunidad de mujeres que desde los primeros pasos del hombre sobre la tierra fueron siempre: las mujeres, el grupo familiar de las mujeres, la comunidad de las mujeres en el clan, la tribu, la escuela, la academia, la vida adulta y con su identificación, su comunicación, su organización comunitaria el germen del lenguaje y del pensamiento lingüístico y además con toda esa cultura femenina o por ella llegó su desvaloración a través de una dominación patriarcal de diez mil años que paradójicamente y a pesar de su persecución no ha podido suprimir el original pecado del poder de sus relaciones sociales y el cultivo de su ser femenino. El macho patriarca tuvo que recurrir a la maldición bíblica sobre el poder de la presencia femenina y por ella a expulsar a Adán del paraíso de la mudez y la imbécil inocencia, ¡ah y por ahí empezó la historia!
La escuela normal de mujeres, la presencia de las mujeres en la educación superior no demolía ni su psicología, ni su discurso, ni sus propias habilidades cognoscitivas, con sus propias armas aprendieron a discutir todo discurso didáctico, a no someterse a la autoridad del pedante en turno “cést moi”, a defender sus derechos como escolares y a veces a defender a sus compañeras en desventaja y todo eso exhibiendo valientemente su mujerío.
Todo lo anterior era suficientemente valioso en su futura actividad pedagógica, esta fue la verdadera epistemología, para ellas: el develamiento de la ocupación femenina como amanecer de la ciencia y de las propias mujeres les pareció normal ¡hasta ahora te das cuenta de eso Abelito!, sin embargo les hizo cosquillas el verse representadas en la Capilla Sixtina y en todas las pinturas sobre Adán y Eva con una manzana en la mano y la serpiente en el árbol de la ciencia. Se carcajeaban: ¡por eso los corrieron! ¡por saber demasiado! Ellas crecían en su entusiasmo por mi reconocimiento y por sus propios y nuevos hallazgos.
Las madres, la comunidad de las mujeres estaban ante mis ojos: asi de chiquillas , de juguetonas, de irrespetuosas, de impetuosas, o de calladas, misteriosas y sibilinas, en esos modos Bernal me llevaba de la mano silenciosamente entre ellas al descubrimiento de su naturaleza, de la vida en ellas misma por el intercambio de información, la solución de paradojas y la limpieza de contradicciones que podían atorar su vida.
Y es que las mujeres que yo tenía enfrente ya no eran ni mi madre, ni mis hermanas, primas, tías, ni sobrinas, eran mis alumnas las de las muchas generaciones que dieron la hospitalidad de su aprendizaje a lo pasajero de mi enseñanza y ahí estaban siempre en corrillos, siempre charlando. Bernal platicaba conmigo en mis lecturas y me hacía pensar que las mujeres, ellas, inventaron el habla tanto como la comunidad, la sociedad parlante, conversadora, chacharera, chismosa; .asuntos, los de ellas, las mujeres hablan de sí mismas con ellas mismas, con las otras mujeres de ellas mismas y de las otras mujeres encontrándose, identificándose, ayudando se pasan el colorete, el lápiz de labios, se regalan los necesarios útiles femeninos mensuales, el espejito y antes de clase en clase y después de clase, si hay dos , hay tres y en tertulia siempre.ser mujeres en la vida y en el diálogo constructor cultural de su género.
El diálogo, el debate, la dialéctica no les faltaron, ni les falta, el chismorreo será otro día literatura, pero mientras es oralidad, palabrería, discursos que se enciman, se oponen, se contradicen, se disimulan, o los saberes prudentemente, se ensayan como estiletes para la defensa y el ataque verbales , según convenga, aunque siempre dispuestas al cafecito, al cigarrito y al chismecito y en ese parvo, cotidiano, vulgarsocialvivir, se desarrolla un pensamiento a punta de palabrería, una palabrería de “gramática generativa”, de lógica eficaz, cultivadora de los necesarios principios de identidad y de no contradicción, de cómica comedia, de diálogo dialéctico, de dramáticos acentos, de grandes carcajadas, de enigmáticas y cómplices sonrisas, luego estas protagonistas aparecerán en los diálogos de “la Asamblea de las Mujeres” de Aristófanes, las mujeres de “la Guerra de la Gordas” de Salvador Novo, la inevitable Sor Juana y sus amables virreinas, las voces ocultas de “Las paredes oyen” de Ruiz de Alarcón o los cotorreos de “Las alegres comadres de Windsor” de Shakespeare y finalmente en los aprendizajes de nuestras alumnas profesoras en la Normal y la Universidad, para ser llevado a sus propios alumnos.
Y todo eso aprendí de Sebastián Cárdenas, de John D. Bernal y de los cientos de alumnas de mis aventuras pedagógicas, solo que ellas nunca supieron que las descubrí, hoy lo hago en su honor con todo el respeto y reconocimiento a todo lo valioso de su mujerío, del valor de su ser, de ser mujer, de ser mujeres, de ser “amiguitas”, “comadritas”, ”manitas”, “primas”, ”chiquitas” y “nos hablamos”, “te busco”. “Nos vemos”, “un besito”, “ me las saludas”, y finalmente “bai”.
En cambio,todos los libros y los programas escolares nos muestran las estatuas de los filósofos masculinos, más bien, los rostros mortuorios de sus cabezas escultóricas, o las heroicas esculturas de sus oraciones retóricas hasta la del pensador de Augusto Rodin , las pinturas de los enterramientos en sus bibliotecas en los catafalcos escolásticos de su pedantería: ser filósofo es ser masculino superior, las personas de las capas sociales mas bajas (entre llas , las mujeres) no filosofan, no piensan, no razonan, no abstraen, nunca han podido, nunca lo han hecho y sin embargo quienes lo presumen, no pasan de repetir lo escrito de diálogos fundamentales que originalmente no fueron escritos, por ejemplo los reales de los banquetes sofistas de Platón, ni las valientes lecciones de los maestros universitarios medievales cuyos alumnos no sabían escribir. Poses, y nada más.
Y a eso vengo a mostrar la diferencia de la convivencia femenina con la vida masculina que es “la guerra por otros medios”, “la guerra como madre de la historia” ,la discusión con mortal epílogo, el debate que debe concluir en la victoria de uno y la derrota de otro, la democracia electoral con la sumisión enemistosa del perdedor en el debate y no por el lógico convencimiento racional, sino por la mayoría maquinada —eso sí, por otros medios no razonables— votación legal, aunque no legítima. Éticas, jurisprudencias, grados académicos, leyes, por mayorías, por imposición con la aristotélica consigna de que el fin de el arte retórico no es convencer, sino vencer, no en balde fue el maestro de Alejandro el magno.
Entonces será cierto ¿qué los hombre somos de Marte, el dios de la guerra? Y nuestro destino ¿partirnos la madre? El individualismo de este tiempo parece llevar esa marca beligerante, el egoísmo convoca a la defensa y al ataque, imposible para la civilización masculina la Ideomaquia: déjemos de hacer la guerra, que peleen las ideas.
Si, para no ahogarme en mi sangre hube de reconocer en la historia social de la ciencia a mi otro yo, y por eso, no que solo la mitad de mis genes son masculinos, la mitad por cierto más breve, sino que la otra mitad son mis genes femeninos, heredados de mi madre y de todas las madres de la historia y por ese solo hecho debiera ser solidario de los otros hombres de todos los géneros, y naturalmente (sic) de todas las mujeres de todos su géneros, pues ellas por su parte portan también su mitad femenina en equilibrio con su mitad masculina, tal vez por ese equilibrio son mejores que nosotros. Reconocer que ellas han sido las inventoras del fuego, de la cocina, de la cerámica, de la alquimia y de la química, así como de la vida en comunidad y sus derivados los lenguajes, los idiomas, las imágenes orales, las lógicas de la invención, del descubrimiento, de la conservación verbal, racional al grado de ser la intuición femenina, la sutil herramienta lógica que les permitió ser las pitonisas, las sibilas, las adivinas y los poderes tras el trono masculino no es mas que reconocer su genialidad.(sic y recontrasic)
John D, Bernal desde ese tiempo escolar me ayudó a ver la importancia de los humildes quehaceres como la esencia de la vida humana, entre ellos lo original de la asociación de las mujeres, su conversación, su trabajo comunitario humildes pero generosas fuentes fuentes de la identidad humana, del lenguaje, de la ciencia, de la religión, mientras , lo nuestro, lo de los machos es la guerra, el poder avasallador, la barbarie, el salvajismo en la misma civilización masculina.
Y con Werneer Jaeger, Melville Herkovitz, Manuel Gamio, Margaret Mead, Esther Seligson, sus estudios, averiguaciones, supuestos y conclusiones reconocí a los romanos, para quienes la cultura, es las culturas, las culturas y que son en buena parte producto social, de las sociedades femeninas desde la comunidad primitiva , las creadoras y cuidadoras de el lenguaje, sus significados y los bienes a que ellos se refieren. La vía femenina del conocimiento, partió desde la satanizada Eva a la nobelada Madame Curie y desde las nanas del arrullo infantil a las décimas de Sor Juana y Pita Amor, y en la globalización del siglo XXI a la brillante presencia de la mujer en la cultura contemporánea.
Aprendí a invitar a mis alumnas a incluir en la conversación, temas que rescataran sus propios conocimientos, a reconocer en su gramática oral la fuente de su escritura, un poco a la manera de Paulo Freire y a a emplear estos poderes en los nuevos asuntos de los programas de las materias filosóficas, recuerdo como sus primeros intereses se volcaron sobre las filósofas y científicas , les conté con dolor la suerte de Hipatia de Alejandría, reconocidas sentimentalmente en ella leímos la obra de Sor Juana, sus ordenados razonamientos, sus ricas conclusiones, la filosofía de su poesía, de sus ensayos, así como la bravura, la gallardía y la inteligencia de su debate con sor Filotea de la Cruz y la ocurrencia del arzobispo para debatir y perder racionalmente con ella,una vez vencido intelectualmente, Sor Juana ya no tuvo oponentes y aceptó retirarse a la orden de San Jerónimo a continuar sus estudios, sus oraciones y el apoyo a sus hermanas, en el intento murió, pero la Décima Musa siguió inspirando la superior vida cultural de hombres y mujeres.
Honor a quien honor merece.
Portales a 20 de julio del 2014
Jesús Caballero y Díaz
Maestro y formador de docentes