Víctor Esparza
Selfi por aquí, selfi por acá, selfi más allá… ¿Qué putas no pueden hablar de otra cosa? No comprendo cómo teniendo un mundo entero delante de sus ojos puedan dedicar tiempo a tomarse un retrato de ellos mismos… ¿A tanto ha llegado la vanidad del ser humano? Diminuta queda la de aquel Narciso que pagó con su vida el excesivo deleite por su belleza, volviéndose cada selfi un hurto que se le hace a la majestuosidad que el universo nos ofrece. Recuerdo hace más de 10 años cuando las autofotos se volvieron una epidemia en algo que llamaban Fotolog; hordas enteras de adolescentes aprovechando los espejos de cuanto baño público encontraban para regalarle a Internet un retrato personal, aquellos tiempos en los que no existían las cámaras frontales y mucho menos los teléfonos ‘inteligentes’. El desprecio de la gente-bien no se hizo esperar, devaluando esta popular práctica de la que se sentían ajenos y a la que —curiosidades que tiene la vida— ahora le rinden culto. ¿Qué los distingue de aquellos muchachos? Enumerar las diferencias no hace más que acentuar lo ridículo que resulta su ritual, no en balde denominado por algunos el Harlem Shake del 2014. ¿Podemos deducir que estamos ante una _involución_ de la especie en materia de cultura visual? Colocar en un altar el ejercicio del autorretrato abre la oportunidad a una seria reflexión sobre la valoración del yo, evidencia de una consolidación de la estima propia indispensable para un sano desenvolvimiento social, pero por otro lado, permite atisbar un crecimiento desmesurado del aprecio del yo por encima de lo que lo rodea, que puede en muchas de las ocasiones desencadenar la falta de sensibilización por el medio ambiente y el olvido del otro, trivializándolo o volviéndolo parte de una escenografía a la que no tenemos el menor reparo en prestarle importancia. Parafraseando al sabio filósofo español José Ortega y Gasset, la proclama del momento actual que vive la humanidad parecería ser: «Yo soy yo y mis selfies». Y eso, me disculpo por si alguien se siente ofendido por mi siguiente declaración, está de la chingada.
Ahora bien: ultimadamente no sé por qué me quejo; mi ceguera de nacimiento me salva de tantas penas ajenas.
Víctor Esparza
Nacido y radicado en Monterrey, Nuevo León (1979). Involucrado en estudios de Humanidades desde 1995, egresado de la Licenciatura en Psicología por la Universidad Regiomontana (2012). Escribiendo actualmente para Espacio Blanco y cursando la Lic. en Gestión Cultural en la UDGVirtual.