Alfredo Villegas Ortega
¿Qué tanto vale la palabra de quien su pasado, sus hechos, sus compromisos nunca la han avalado? ¿Qué tanto vale ser congruentes, hoy, cuando es común infamar, regar la mentira, lavar las culpas señalando al otro? ¿Qué tanto se lastima al que sus hechos, su historia, su gente y sus compromisos respaldan?
Vivimos en la sociedad de lo desechable. Es desechable la fraternidad, el cariño, el compromiso, la lealtad. Mundo de plástico. Modernidad líquida, realidad que se escurre y es difícil de apresar y de entender, en la lógica de Zygmunt Bauman.
Lipovetsky, Baudrillard y otros pensadores más han abordado magistralmente la condición de una humanidad sin compromisos, que canjea lo importante por lo superfluo. La era del posdeber, afirma Lipovetsky, La era de la moral sin dolor, la que no me compromete ni me vincula con el otro. Desarraigo, miseria moral.
Vivimos en una época en la que la gente se deja arrastrar. Mundo sin voluntad. En el que dejamos de ser ese fin en sí mismo, importante, responsable del que hablaba Kant. Cada uno es un fin en sí mismo, sí pero, ¿cuántos deambulan por la vida, mirándola, sólo mirándola, sin atreverse a participar? Hoy, la verdad, no se sujeta a los hechos, sino a las suposiciones, a la creencia, a veces ingenua, a veces perversa. La palabra que nos vincula y se viste de poesía, inteligencia, belleza y certeza, también por desgracia, sirve para desacreditar, para señalar, para calumniar. Miseria moral. Tenemos el logos, la razón y la palabra, pero cuando lo despojamos de la razón queda una palabra hueca, sinsentido. Palabra que se fortalece o se envilece según la calidad moral y la razón de quien la expresa.
Es cierto que la verdad nos ha hecho libres? ¿O hablamos de un mundo de ciegos?, Uno quisiera pensar en esa verdad emancipadora, pero, de repente hay que creerle a Discépolo cuando canta: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor”.
Mundo de vacíos y abismos. Sociedad sin fronteras. Sociedad del conocimiento. Sociedad que piensa. Pensamiento que se emancipa en la modernidad. ¿Cuál de todos esos u otros es el real? ¿Dónde realmente estamos parados, hoy, en pleno siglo XXI?
La moral, condición que nos distingue como especie, hoy, está en tela de juicio. Cualquier ser sin trayectoria, ni solvencia moral puede despotricar y envilecer sin mayores argumentos que la insidia, la vileza, la creencia acrítica de la realidad. Mundo que inventa maravillas y mundo que se construye en la contradicción constante. Gente con la que convivimos en todos los terrenos (sociedad, escuela, trabajo, familia) que nos lastima profundamente con sus actos. No nos lastima en lo particular. Cada quien los ha enfrentado y, a fin de cuentas, las aguas, siempre, toman su nivel. Nos ofende como especie, pues carecen de la mínima estatura moral. No la conocen, no es parte constitutiva de ellos.
¿Todo está perdido? No, por fortuna. No, porque las grandes conquistas de la humanidad consagradas en la ciencia, la filosofía, el arte y la buena política, están ahí para hacer frente a la ignominia, para seguir creciendo y dejando que los que quieran tener la condición permanente de enanos morales se queden ahí, mirando cómo el mundo los avasalla, sin piedad, en los hechos.
La desmoralización de la que hablaba Ortega y Gasset, ese estar fuera de quicio, en palabras del filósofo español, siempre va a estar ahí. Quizá sea el necesario contraste, el imprescindible espejo, para ver nuestra parte más oscura y sin compromisos, para lavarnos la cara y borrar esas horribles huellas miserables de algunos seres que no son tan humanos como parecen. Y no lo son por su condición intelectual, económica o social. No lo son porque no quieren serlo. Porque son cobardes e irresponsables. Porque siempre han depositado en otros sus culpas, porque nunca han entendido el valor de la responsabilidad, porque no saben amar, establecer vínculos afectivos duraderos, porque se sirven de otros, como parásitos, para sobrevivir. Cuando ya no cumplen su función, simplemente, los desechan y buscan a los sustitutos. Sociedad parasitaria, sociedad enferma, a la que urge arrancar de tajo esa pestilente pus, lo más que se pueda. “Calumnia que la duda queda”, parece ser su máxima para evadir la vida, con todo lo que implica. Gente que ha vivido con tanto miedo que construye paranoias para esconderse de sí misma.
El problema se encuentra por todas partes, es la miseria humana. A esa miseria humana, debemos enfrentar en la escuela para contrarrestar sus efectos. No hay varitas mágicas ni soluciones totales, pero algo podemos intentar por formar seres con una estructura moral que los soporte toda la vida, que enfrenten la realidad, con perseverancia, inteligencia, diálogo y fortaleza para soportar los embates de la mentira que siempre aparecerá cuando menos se lo espere uno.
La escuela moderna es herencia de una larga lucha por la emancipación de la razón, por dejar atrás la intolerancia, el fanatismo y el pensamiento mágico. No siempre, en los hechos hemos ganado. Con frecuencia, se impone la superstición, la oscuridad. Hay tantos miedos e ignorancia como fórmulas mágicas en el mercado de las verdades reveladas. Sectas, grupos, energías, espiritualidad. Todo por un módico precio: “Deje de pensar, usted es víctima de la realidad y ocúpese de hacer lo que siempre ha hecho: nada, pero sin remordimientos. Que pague el de atrás. No piense, no sufra, sea optimista. No importa a quien haya que llevarse por delante”.
Contra todo eso hay que luchar, es muy difícil, porque el camino que debemos seguir proponiendo es el del pensamiento, la solvencia, la evidencia, el compromiso, y eso duele, cuesta trabajo, y como decía Lipovetsky, la ética posmoderna es la ética sin dolor, la era del posdeber, donde el compromiso, la responsabilidad y el sufrimiento que supone crecer y ser, no siempre son bienvenidos por todos. Es más fácil que otros carguen con el muertito. Es mucho más sencillo taparse los ojos y creer lo inverosímil, lo que nadie cree, lo que no puede probarse. Como un regreso al oscurantismo más espantoso. El mundo donde las ideas y las certezas se quedan de lado y se abre espacio a la mentira y la superstición No lo permitamos, no dejemos que nos inunde la inmundicia. Somos muchos los que podemos hacer frente a la estupidez de otros. Es nuestra responsabilidad, al menos, ir acallando a los que tenemos cerca que se empeñen en denigrar los alcances más hermosos de la palabra. La palabra debe vincular, integrar, profetizar, imaginar, crear, demostrar, pero nunca debe servir para denigrar, señalar, calumniar ni ocultar nuestras propias responsabilidades.
Alfredo Villegas Ortega
Maestro en Educación por la Universidad Pedagógica Nacional y Académico de la Escuela Normal Superior de México.
me recordaste La balsa de la Medusa famosa pintura de Teodore Gericault, un naufragio terrible y una hermosa pintura: juntos la belleza del sensual realismo que mas te acerca a lo erótico y esconde de la anécdota el fondo terrible de la supervivencia, también un cuento de García Márquez sobre un cura cuyos violentos y trágicos sermones desde el púlpito atraían a todos los pecadores de su parroquia para descbrir a quienes aludía o a quien no,pero que envejeciendo, fue perdiendo la diatriba y ganaba en espiritualidad, ams virtdes veía, menos feligrese lo escuchaban, mientras se encogía cada vez mas, un día el sermón careció de palabras y nadie pudo ser testigo del modo como el cura se sacó por la cabeza el hábito y no había la tal joroba, eran resplandecientes alas que vibraron unos minutos deplegándose,luego de probar sus fuerzas se escapó perdiéndose en el cenit de una noche maravillosmente estrellada.,, y… también alguna lectura de como los noepositivistas en la Universidad de Chicago en barcados en la filosfía analitica se atrevía a reconocer como objeto moral, solo sus discursos ¡ah! y a Lacan que encontraba en los discursos de sus pacientes una estructura discursiva y como única pista al acceso de la intervención profesional, nunaca entendí todo esta explicasión de su tarea, pero no tengo discurso con que debatir o no quiero, algún pudor me empuja, pero la razón lo ataja por lo que te dejo tres cuadros de alguna exposición, que qerrían ser como los de esa, maravillosamente pintada por Mussorsky. p.d, eso del pudor so fue fue un dedazo que me borró una ponencia imponente, perdón impotente.en fin se fue y se fue para nunca jamás volver. gracias por la invitación a mi lectura. Xss