Jesús Caballero y Díaz
Dos historias no acaban de escribirse en los Estados Unidos de Norteamérica
Una, la del capitalismo norteamericano consumido por el capitalismo global, otra, la del estado norteamericano subsumido al nuevo orden internacional.
La crisis del capitalismo norteamericano tiene ya tal cantidad de literatura económica, social e histórica que obliga a revisar la evolución de su literatura, de su historiografía, los mismos norteamericanos ya se ubican en la visión de los vencidos y se obligan a la historia para qué,
La crisis del estado norteamericano, de la soberanía estatal, de la democracia como orden político interno, de los derechos individuales como esencia y fin de la democracia demolidos por las exigencias del estado actual del capitalismo global, incluso su modelo imperialista, su hegemonía en la política internacional obligada a la defensiva, por cierto también inepta.
La historiografía norteamericana de estas historias tiene también dos modelos que se escriben, se producen, se publican y se divulgan todos los días: una tiene un formato académico, un origen universitario y los Estados Unidos tienen el mayor sistema de educación superior del planeta y sostienen el mayor aparato de investigación, sus tesis, artículos científicos, sustancian libros que circulan en tan extenso ambiente, sus revistas difunden a entre los grupos profesionales, sociales interesados en esos conocimientos para adquirir una conciencia científica de su existencia política, social e individual, para actualizar su ejercicio profesional, para aprovechar las nuevas tecnologías que se desprenden de esos conocimientos, el riego llega escasamente a la educación estatal.
La otra historiografía se piensa, se orienta, se produce y se divulga a través de” los medios”, de los “mass media”, la prensa, el cine, la televisión, internet hacen llegar a los grandes públicos tanta información de sus “scripts” sus editoriales, sus artículos periodísticos, producciones cinematográficas, televisivas: diarios, semanales, mensuales, bimestrales y anuales que son imposibles de ser captados en su totalidad por la masa de consumidores a ésta destinados, además sus argumentos, producciones, lenguajes, e intenciones tienen una aparente y única intencionalidad; distraer, divertir, desinformar, enajenar a sus consumidores: sus historias pasan de la recuperación de las mitologías de los pueblos no históricos a la creación de nuevas mitologías y todas en “performances” de inversiones multimillonarias que acaban recabando una parte del capital, ahora globalizado. Se invierte en el consumo de los conocimientos académicos y tecnológicos de última generación para la producción y la difusión de “basura mediática”.
El enorme gasto en los “mass media” supera al de la educación escolar básica, al grado de sustituirla en sus intenciones y posibilidades educadoras. Los maestros, los educadores no tienen los recursos de los grandes monopolios mediáticos para la educación integral de los niños y los jóvenes. A los estudios cinematográficos y televisivos, a los monopolios tampoco les interesa la formación ciudadana y fomentan la enajenación cínicamente, parecería que tener al público norteamericano distraído, divertido, desinformado: enajenado es su interés mayor, la historia del pueblo norteamericano se elude, se mistifica, se distorsiona confunde y aturde a las personas.
Dos historias, dos historiografías, dos maneras de dominar, dos maneras de usar y pervertir la personalidad y la conciencia de los norteamericanos existen, coexisten, se intersectan.
Ahora nos preguntamos si en el estado actual de la ecuación de la producción historiográfica ya se han perdido sus funciones de cuestionar lo escrito anteriormente, de probar sus nuevos hallazgos y conclusiones y de difundir esos procederes y esos saberes o si este es un eslabón más en la historia del uso de la cultura para la dominación de las mayorías.
Alerta la filosofía de la historia, nos obliga al encuentro de las paradojas y contradicciones actuales entre los materiales historiográficos, sus presentaciones y sus efectos en la vida humana y en la conciencia social, obliga como lo ha hecho anteriormente no solo a descubrir los elementos fácticos, los hechos duros, las precisiones necesarias; sobre todo a formular: los ¿para qué? ¿los quiénes? ¿ellos, los norteamericanos? ¿Sólo ellos?
¿Podrán, ¿podremos formularlos? o definitivamente ¿estamos al final de la historia, según Fukuyama? O ¿es solamente el final de una historia, la de ellos?
Portales norte a 27 de marzo de 2014
Jesús Caballero y Díaz
Maestro y formador de docentes