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LA CLASE

Tema del mes

Elena Poniatowska

Texto leído por la periodista el lunes en la presentación del libro Neoporfirismo: hoy como ayer, de Andrés Manuel López Obrador

Neoporfirismo: hoy como ayer

En su libro Neoporfirismo: hoy como ayer, de 391 páginas que publica la editorial Grijalbo, Andrés Manuel López Obrador, nos demuestra cómo hemos vuelto al pasado y repetimos como animales en torno a la noria todo lo que nos impidió avanzar. ‘‘Otra vez la burra al trigo”, solía decirme Guillermo Haro cuando volvía a preguntarle lo mismo y también podría ser el título de este libro que reflexiona sobre nuestra identidad y nos explica un pasado que a todas luces nos paralizó. Neoporfirismo: hoy como ayer es una prueba contundente de que los sexenios que hoy nos aquejan son el eterno regreso a los errores de los que por lo visto nada aprendimos.

Hace muchos años, cuando Guillermo Haro se enteró que sus hijos iban a la escuela Thomas Woodrow Wilson —porque quedaba cerca de la casa— exclamó escandalizado: ‘‘Los sacas inmediatamente. Mis hijos no van a ir a esa escuela. Eso te pasa a ti por no saber historia de México”. En efecto, yo no sabía, la verdad, ni quién era Woodrow Wilson como tampoco supe más tarde que Henry Lane Wilson era un vulgar intrigante como asegura Andrés Manuel. Yo no sabía que Woodrow Wilson había invadido a México en 1914 ni mucho menos que apoyó al Ku Klux Klan. ¿Lo sabrían los directores de la primaria que lleva su nombre de la que saqué a mis hijos al día siguiente? Tenía razón Guillermo Haro, eso nos pasa por ignorantes y desidiosos. No saber historia nos condena a repetir los errores del pasado.

Saber que un dirigente de la talla de Andrés Manuel López Obrador se ocupa de la historia y escribe sobre ella es una garantía y una seguridad de que nos encontramos frente a un hombre que tiene espíritu de continuidad.

Hace casi 35 años, un grupo selecto de intelectuales, entre quienes destacaban Adolfo Gilly y Guillermo Bonfil, el del ‘‘México profundo”, se reunieron en torno a la pregunta ‘‘Historia, ¿para qué?” A estos nombres viene a añadirse ahora otro apasionado de la historia de México, Andrés Manuel López Obrador.

Nuestro añoradísimo filósofo Luis Villoro decía que ‘‘la historia responde al interés de conocer nuestra situación presente”, y sí, hoy yo me pregunto para qué escribe historia Andrés Manuel, busco algunas respuestas en los libros de anteriores historiadores, por ejemplo el que publicó Siglo XXI Editores: Historia, ¿para qué? Como lo dice Villoro ‘‘aunque no se lo proponga, la historia cumple la función de comprender el presente”. Villoro quiso unir a los intelectuales con la izquierda y por lo pronto él mismo recorrió al país con otros dos grandes mexicanos, Heberto Castillo y Demetrio Vallejo, y fue un inmenso aliado del zapatismo. Quizá por eso Andrés Manuel deseó que Juan Villoro, hijo del filósofo, fuera su secretario de cultura y me dijo: ‘‘Es, es, a ese es a quién hay que buscar”, porque se dio cuenta que el hijo al igual que el padre tiene una visión de la historia que no es retórica ni simplista ni mucho menos cerrada a lo que él llamó ‘‘la razón filosófica”.

¿Cuál es la actitud de Andrés Manuel frente a la historia de México? Es obviamente la de un hombre de izquierda. Y, ¿qué es ser de izquierda?

La definición de izquierda que más se ajusta a Andrés Manuel es la del filósofo italiano Paolo Flores D’Arcais, quien al igual que Tina Modotti proviene de la provincia del Friuli, Udine. Paolo es ateo a diferencia de Andrés Manuel y más joven que él porque sólo cuenta con 44 años. En su libro, El individuo libertario, traducido al castellano, Flores D’Arcais define a la izquierda como un compendio de actitudes que pueden resumirse en tres palabras: ‘‘indignación hacia lo existente”. Y se niega a ‘‘considerar la injusticia social como una fatalidad inextirpable”. A Andrés Manuel lo caracteriza su grito: ‘‘Primero los pobres”. Ese ha sido su lema, el sello de todas sus batallas y el de su conducta personal. No hay uno solo de sus miles de miles de mítines en el que no denuncie la injusticia social y las trampas políticas que impiden que vivamos en un estado de derecho. Su obstinación es una garantía, sus recorridos por toda la República una constancia de que para él, la consulta popular además de una regla política es su regla de conducta. ‘‘¿Están ustedes de acuerdo?” —pregunta. ‘‘Levanten la mano si creen que tal o cual resolución es la correcta”. Sujetos a una intensísima campaña de radio y televisión, los ciudadanos nos preguntamos qué autoridad tenemos y dudamos si va a ser respetada nuestra idea de las cosas, por eso, el trato respetuoso que nos da Andrés Manuel va mucho más allá del abrazo para la foto en el periódico o la valla de manos estiradas.

Finalmente Andrés Manuel escribe historia ‘‘para avanzar en la interpretación del mundo, para transformar a la sociedad, para participar políticamente, para defender principios y causas sociales, para denunciar esto y mejorar aquello”, como lo dice José Joaquín Blanco y también porque en él, en Andrés Manuel, hacer historia es una inclinación natural; la historia le gusta y escribirla es fortalecer nuestra conciencia colectiva, recuperarla y finalmente construir la identidad del único país que tenemos: México.

Luis González y González inicia su famoso libro Todo es historia hablando de ‘‘El deseo de la historia” y este título se ajusta perfectamente a Andrés Manuel. Para el historiador Luis González y González ‘‘El deseo de saber historia es universal”. Sin embargo, lo que suele interesarnos son las malas acciones o la vida privada de nuestros verdugos y don Luis González las llama ‘‘fechorías”. Dice textualmente: ‘‘El ansia de conocer toda clase de fechorías de nuestros antepasados suele ser la obsesión mayúscula de quienes profesan la obligación de escribir historia”.

En el libro Neoporfirismo…, Andrés Manuel exhibe las ‘‘fechorías”, las grandes fallas, las trapacerías de nuestra historia pasada y presente. Andrés Manuel empleó el tiempo que le quedaba luego de sus recorridos por toda la República para sentarse a estudiar, a investigar y exhibir las fechorías de los gobiernos de México hasta el día de hoy. Después de leerlo pensé que ojalá y los estudiantes de México tuvieran un maestro de historia tan puntilloso, apasionado y responsable como él.

Andrés nos da una plataforma de información y nos convoca en torno a un gran tema común: el de nuestra historia que es también el de nuestro porvenir. Luis Villoro consideraba que el pasado es parte de nuestro presente y el libro de Andrés Manuel, Neoporfirismo…, lo comprueba y se inscribe dentro de lo que Luis González llamó ‘‘la historia crítica”, aquella que es ‘‘conocimiento activo del pasado”. Después de considerar al general Lázaro Cárdenas, el mejor de todos los presidentes en su respuesta a las demandas sociales, ya que además de muchos otros aciertos, repartió entre 1934 y 1940, 18 millones de hectáreas a un millón de familias campesinas, López Obrador nos hace ver que el grupo político surgido de la Revolución no tenía realmente vocación democrática como lo evidenció el protagonista de La muerte de Artemio Cruz, libro de Carlos Fuentes, y cita a Daniel Cosío Villegas quien declaró que el Partido Nacional Revolucionario (PNR) después de ser (PRM) y finalmente (PRI) sólo sustituyó a ‘‘don Porfirio por doña Porfiria”.

Cárdenas supo cómo ninguno que los gobernantes deben vivir lo que vive el pueblo, su duro viaje de la mañana a la noche. Si así lo hiciera hoy el gabinete en turno sabría cuáles son las demandas y cuáles pueden ser las soluciones. ¿Quiénes son los servidores públicos que hoy por hoy saben lo que cuesta un viaje en el Metro que ahora ha subido de 2 a 5 pesos, ni que el kilo de tortilla cuesta 12 pesos, ni que una torta a mediodía va de 15 pesos para arriba?

A raíz de los seis grandes fraudes, el de 1929 contra José Vasconcelos, el de 1940 contra Juan Andreu Almazán, el de 1952 contra Miguel Henríquez Guzmán, el de 1988 contra Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel no se detiene demasiado contra los propios, el de 2006 y el de 2012 pero sí se lanza contra las ‘‘fechorías”. Éstas son el gran tema y la gran acusación de Andrés Manuel y la historia de México las surte en demasía. A lo largo del tiempo, se acumulan fechorías frente al aguante del pueblo, o sea frente a nuestro aguante o, ¿podríamos llamarla nuestra permisividad?

Ser historiador es correr grandes riesgos. Hace años, en 1953, gracias al juchiteco Andrés Henestrosa tuve el privilegio de entrevistar al historiador Ralph Roeder, en su departamento de la colonia Cuauhtémoc. Recuerdo como si fuera ayer su gran obra en dos tomos Juárez y su México y cómo vivía para amar al país a través de su historia. Su veneración por Juárez entonces rivalizaba con la de Andrés Manuel López Obrador ahora. Amar a la historia es estar poseído. Roeder era un poseído que causaba una honda impresión en sus lectores porque era además un hombre del Renacimiento. También Andrés Manuel López Obrador es un poseído. A él lo posee México aunque, a diferencia de Ralph Roeder, su vida no se divida en varias manifestaciones culturales como el cine, la música, el teatro, el trato con artistas célebres. Andrés Manuel comparte sus días y sus horas con campesinos, con obreros, se pone al servicio de los que nada tienen y les ofrece cambiar su condición miserable. De ello son testigos los pueblitos más olvidados a los que nunca regresan los candidatos después de prometerles el oro y el moro. Escucha, sin desesperarse, a la misma gente que escuchó Lázaro Cárdenas, la que nada tiene. Andrés Manuel podría decir lo mismo que Ricardo Flores Magón al afirmar que ha consumido muchos años de su vida en la lucha por la libertad. Andrés Manuel busca una patria indisoluble en que todo sea para todos y en la que todos tengamos la misma oportunidad, actitud muy distinta a la del neoporfirismo y la de sus seguidores del PRI que ahora Andrés Manuel analiza y condena, ya que desde hace más de 25 años lo único que conocen los mexicanos más pobres es el abandono y la codicia de los poderosos. Decía Carlos Monsiváis que no hay ricos más mezquinos y más bisoños que los ricos mexicanos. Viven como si no supieran que su propio futuro depende del futuro de aquellos a quienes tontamente ignoran.

Ralph Roeder estaba dispuesto a morir por la historia en la que invirtió su vida entera y de hecho murió de amor. Andrés Manuel López Obrador sufrió un infarto el 4 de diciembre de 2013 y nos ha demostrado a lo largo de 13 años de entrega a todos los vientos y a todas las malpasadas que está dispuesto a jugársela por México.

Los grandes historiadores de México desde Daniel Cosío Villegas, a quiénes todos llamamos ‘‘Don Daniel”, han forjado nuestro presente y vieron con indignación cómo la fuerza del poder político ha logrado desbancar a las instituciones constitucionales mediante la corrupción. Nos gobierna una élite tramposa y manipuladora, el salario mínimo mexicano es 10 veces menor que el de Estados Unidos, los relatos de los migrantes de Centroamérica y de México en busca de su salvación son una vergüenza, nos preguntamos cuál es el futuro de nuestros jóvenes. De las fechorías recientes, la que más preocupa a Andrés Manuel es la de la reforma energética ‘‘el robo de todos los tiempos y el más irresponsable acto de traición a la patria”. Según él, el llamado neoliberalismo no es más que neoporfirismo y toda su estrategia nulifica nuestro futuro.

Entre los integrantes de Morena, muchos compañeros y amigos estaban más capacitados que yo para presentar el libro más reciente de Andrés Manuel, Neoporfirismo: hoy como ayer, así que le agradezco como Dios manda el honor totalmente inmerecido. Mi admirado y muy querido Lorenzo Meyer, quien lo sabe todo de la democracia autoritaria en México, suplirá mis carencias. Mientras tanto, sólo me resta decir como mujer y como madre que lo que más admiro de López Obrador, además de su capacidad de hacer historia —después de haber entrado él mismo a la historia— es su no violencia, su rechazo a la lucha armada, su reiterado llamado a que actuemos pacíficamente y su petición de racionalidad. Supo y sabe, como antes lo supo Luis Villoro, que objetivamente la violencia tiene en las actuales circunstancias efectos contrarrevolucionarios. En ese sentido, Andrés Manuel es también un filósofo porque sabe que la violencia sólo engendra más violencia y en un México, de por sí desequilibrado, sólo serviría de justificación al grupo dominante. Andrés Manuel nos cuida, sólo nos resta cuidarlo a él.

Muchas gracias por escuchar.

Elena Poniatowska
(París, 1932) Narradora y ensayista mexicana de origen francés creadora de un rico mundo de ficción, relacionado siempre con los acontecimientos, movimientos sociales y personajes del México contemporáneo; en su labor periodística intentó aplicar las técnicas del nuevo periodismo norteamericano. Integrante de una antigua familia de la nobleza polaca (y sobrina de la legendaria poeta Pita Amor), nació en Francia, llegó a México con diez años de edad y obtuvo la ciudadanía muchos años después, en 1969. Tras estudiar en su país de adopción y en Estados Unidos, en 1953 inició su carrera como periodista, profesión que ejerció siempre y le sirvió de punto de partida para varias de sus obras testimoniales. Por esa época se unió a la causa feminista y a la izquierda política. A lo largo de su trayectoria cultivó variados géneros: novela, ensayo, testimonio, crónica, entrevista y poesía. Todos sus libros guardan una constante temática y configuran un entramado que da cuenta del presente mexicano: se centran en la sociedad, las relaciones entre hombres y mujeres, el trabajo y el desempleo, el prevaleciente racismo, las costumbres y tradiciones del país, las tragedias nacionales (como el terremoto de 1985) o el papel de la mujer. Lilus Kikus (1954) fue su obra inaugural, escrita bajo la tutela de J. J. Arreola. En 1963, con ilustraciones de Alberto Beltrán, publicó Todo empezó el domingo, reunión de relatos-crónicas acerca de la vida dominical de los habitantes de la ciudad. Hasta no verte Jesús mío (1969) es el divertido relato costumbrista de las peripecias de una empleada doméstica. La noche de Tlatelolco (1971) ofrece un brillante ejercicio periodístico sobre la matanza de estudiantes ocurrida el 2 de octubre de 1968 en la ciudad de México. En Querido Diego, te abraza Quiela (1978), recrea la relación entre los pintores Diego Rivera y Angelina Beloff. De noche vienes (1979) es una amena fábula sobre una mujer polígama. Con Tinísima (1992) rindió homenaje a la fotógrafa de origen italiano Tina Modotti. También dedicó ensayos a Gabriel Figueroa, Juan Soriano y Octavio Paz. Su obra trasunta un carácter activo, que incita al cambio e invita a una toma de conciencia sobre los desposeídos, los niños de la calle y las mujeres, entre múltiples y significativos grupos humanos de la realidad contemporánea mexicana. Con La piel del cielo (2001) obtuvo en España el premio Alfaguara de Novela. En 2005 se publicó El tren pasa primero; con esta novela, que tiene como protagonista a un líder sindical ferroviario, Elena Poniatowska se hizo merecedora del XV Premio Internacional Rómulo Gallegos (2007). En 2011, la escritora obtuvo el premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral por su novela Leonora, sobre la vida de la pintora Leonora Carrington.

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