Sala_de_cine
Sala de Maestros


Daniel Lara Sánchez


¡La cuenta, por favor!

Simplemente increíble. Es lo que he estado pensando desde el domingo por la tarde, cuando un empleado de taquilla de cierta empresa monopólica de distribución cinematográfica (pongamos por caso, Cinemex) nos informó a mi esposa y a mí que existe una cosa llamada “Sala Premium” en donde… ¡hay meseros! A mi mente vinieron aquellos tiempos en que el cine era un entretenimiento popular y en las salas, las cuales olían a sudor y garnachas, había de todo (envolturas de helado, vasos de refresco, bichos de todo tipo, asientos rotos y quién sabe cuántos líquidos derramados en el suelo pegajoso)… excepto meseros. Lo que es la posmodernidad.

Todo empezó, como ya dije, el domingo por la tarde, en que mi esposa y yo nos dirigimos a cierto complejo comercial en el norte de la Ciudad de México (pongamos por caso, Mundo E). Después de una rica comida en un restaurante dentro del propio centro comercial (donde no había cácaros ni pantallas cinematográficas, digo, para completar el cuadro), encaminamos nuestros pasos hacia los cines, muy contentos porque teníamos un número de código que nos daba derecho a un pase doble, el cual ganamos después de recargar saldo en nuestro celular, gracias a nuestra compañía telefónica (pongamos por caso, Movistar). Al llegar a la taquilla, cuando quise exigir mi pase doble, me dijeron que no, que no servía para la función a la que yo quería entrar (para ver Robocop) porque el código era para salas tradicionales y la proyección que intentábamos ver estaba en “Sala Premium”.

Curioso como soy, pregunté qué es eso. El empleado se me quedó viendo con cara de “pobre güey” y procedió a informarnos que son salas “con asientos más anchos y con meseros”. No podía creer lo que escuchaba. “¿Con meseros?”, pregunté. “Sí, meseros”, reiteró el empleado con cara de “modernícese, imbécil”. Que yo sepa, en un cine no hay mesas, por lo que seguía sin comprender la respuesta. “¿Y para qué hay meseros?”, le pregunté al amable empleado que para entonces ya no lo era tanto. Secamente contestó: “por si se le antoja algo, se lo pide a los meseros”.

Mi esposa y yo nos miramos. Luego, nomás por morboso que soy, pregunté cuánto costaba ver la película en la famosa “Sala Premium”. “84 pesos”, dijo el, ahora serio, empleado con gorrita. En ese momento, mi esposa y yo decidimos que nos quedaríamos con las ganas de conocer una Sala Premium pero no de ver Robocop, así que nos dirigimos a otro centro comercial cercano (pongamos por caso, Multiplaza Arboledas) para ir a otro complejo cinematográfico monopólico (pongamos por caso, Cinépolis), para el cual además tengo una linda tarjeta para acumular puntos que a fin de año canjearé por dos entradas. Y lo hicimos así porque, pensamos, pagar 168 pesos por dos entradas para ver una película… ¡Vaya, ni por una de Miyazaki! (Perdón por no citar la de Derbez).

En el camino, mi esposa y yo nos hicimos varias preguntas: ¿Por qué es tan cara una Sala Premium? ¿Por qué el gobierno y varias organizaciones atacan sin piedad a la piratería pero no obligan a los distribuidores cinematográficos a bajar sus precios? ¿Esos robos sí son válidos y los de la piratería no? ¿Cuánto tendría que desembolsar una familia de cuatro para ver Robocop en una “Sala Premium”, contando palomitas, refrescos y demás alimentos con impuestos nuevos? ¡Fácil el gasto de una quincena! ¡Y luego se quejan de que la gente compre películas pirata a diez pesos, palomitas de a siete en la tienda y una Coca de dos litros!

Alguien podría contra argumentar: “Hay otras opciones, hay salas mucho más baratas, con películas incluso de arte y accesibles”. Sí, pero, ¿dónde están ubicadas esas salas? ¿Cuántas hay? ¿De verdad una familia mexicana promedio quiere ver cine de arte? ¿Qué no lo que más buscan son los estrenos? ¿Y acaso la familia mexicana promedio no tiene derecho a entrar en una “Sala Premium”? ¿No será que el cine en el cine se está volviendo cada vez más elitista y sólo es ya para unos cuantos?

Por fin, en el Cinépolis mencionado, cuya entrada nos costó la mitad de la “Sala Premium” de Cinemex, pudimos ver Robocop. Y fue lindo, porque la sala estaba abarrotada y hasta nos acordamos de cómo eran antes los cines (cuando se entrenó la Robocop original): a nuestro lado, una familia se repartía tortas y papas fritas en medio de la oscuridad y frente a nosotros, toda una familia, como de ocho integrantes, incluyendo al abuelito, comentaba las escenas de la cinta, todo envuelto en un inefable aroma a garnachas y en un calor como de 68 grados Celsius.

Sin embargo, yo no he podido quitarme la cabeza la idea de los meseros en la sala. ¿Cómo serán? ¿Estarán todos uniformados igual, como en los restaurantes? ¿Hay meseros y meseras? ¿Llevan charolas en las manos y guardan el equilibrio? ¿Cómo toman la orden en plena oscuridad si a alguien se le antoja un gaznate justo cuando están acribillando a los malos en la película? ¿Cómo le hacen para anotarla? ¿Cuentan con algún dispositivo electrónico? ¿Son tan lentos como en el Sanborn´s? Si en la Sala no hay mesas, ¿por qué se llaman meseros? ¿O sí hay mesas? ¿También habrá garroteros? Cuando surten la orden, ¿no estorban a los espectadores de las filas de atrás? ¿Cómo se les pide la cuenta? ¿Puede uno gritar “la cuenta, por favor” y hacer en el aire el ademán correspondiente justo en la escena en que el muchacho chicho y la muchacha guapa tienen relaciones? ¿Habrá menú infantil? ¿Se podrán devolver unas palomitas frías? ¿O un hot-dog con una mosca en su interior, si se alcanza a ver en plena oscuridad? Y lo más importante de todo: ¿Se les deja propina? ¿También es del diez por ciento? ¿Dónde se les deja, en los asientos, en las charolas de las palomitas o se les da al salir, como a los meseros de las taquerías?

Alguien me dirá que si quiero salir de dudas, pues simplemente entre a una “Sala Premium”. Pero, la verdad, con esos 84 pesos, prefiero ir a un restaurante y comer en forma, sobre una mesa y con meseros como los de antes. Ninguna película vale ese precio (ni la de Derbez). ¿O será que me estoy volviendo viejo? ¿O que la posmodernidad simplemente no es para mí? ¡ Robocop, sálvame!

Daniel Lara Sánchez
Comunicador y catedrático

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