Alfredo Gabriel Páramo
Lo que nos ocurre de niños nos acompaña toda la vida, como los lunares o las mutilaciones. Sin embargo, la aceptación es muy difícil y nos llenamos de artificios para endulzar el asunto. Yo tardé décadas en reconocerlo, pero para mí, primero y segundo de primaria fueron terroríficos. Yo era demasiado chico (de edad y constitución), ya sabía leer (y leía), no me gustaba el futbol… en fin, todos esos elementos que ahora catalogan a un estudiante como nerd, pero que en ese entonces hacían que uno fuera: ¿raro?, si no es que: ¿rarito?
Tuve una profesora a la que por alguna razón idolatré por muchos años, pero era una verdadera bruja: la miss Margarita. Ella me dio clase en primero y segundo, y me hizo acreedor a los castigos más crueles que recuerde: labios sellados con cinta adhesiva durante el recreo, castigado a pan y agua a la hora de la comida (estaba medio interno) y tal vez lo peor, aseguró que yo era estúpido y no correspondía al sacrificio que hacían mis padres por mi educación.
En esas épocas donde conceptos como educación de calidad y la letra con sangre entra eran sinónimos, la crueldad de la miss Margarita pasaba casi inadvertida. Recuerdo miles de operaciones aritméticas con resultados erróneos, tareas aparentemente mal hechas, la exclamación: Su hijo es un burro, si lo único que tiene que hacer es copiar. Efectivamente, sólo tenía que copiar, pero absolutamente nadie, comenzando por la profesora a cuyo cargo estaba de lunes a viernes de las 8:30 a las 14 horas, pudo darse cuenta de que el problema no era distracción sino que, simplemente, no alcanzaba a ver el pizarrón debido a la miopía y el astigmatismo.
¿Males del siglo?, dice a veces mi papá cuando recordamos esta historia. Yo, a la fecha, lo dudo. Creo que la maestra disfrutaba de la maldad.
Alfredo Gabriel Páramo
Profesor, periodista, escritor.
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