Adolescentes_concentrados
LA CLASE

Tema del mes

Víctor Esparza


Romper la inercia

A propósito del tema propuesto para este mes: Entre la pausa y la intensidad: disyuntiva de la vida actual, me di a la tarea de googlear una frase quizás boba pero necesaria como punto de partida de la reflexión que divaga por mi mente: ¿Cuánto tiempo dura la atención de una persona?

Entre los datos que pude rescatar están los mencionados en el artículo ¿Cuánto tiempo puede estar concentrado un adolescente? (19 de octubre del 2012), en el que se señala que «la capacidad máxima de concentración de adolescentes es de alrededor de 20 minutos, ya que luego interferirían otros estímulos que no permiten su máxima capacidad». Agrega, sin embargo, que dicho tiempo se reduce ante el bombardeo de estímulos al que constantemente estamos sometidos, recomendando por ende a los docentes ir variando las actividades académicas y niveles de exigencia cada 15 minutos.

Lo anterior da pie a dos razonamientos: 1.-Va contra la naturaleza humana contemporánea mantener períodos de atención mayores a 20 minutos (al menos entre adolescentes). 2.-Para conseguir tal, hay que ceñirse a la vorágine de dosis no superiores de concentración a los 20 minutos, prolongando entonces ad infinitum dicha —y lamentable— dinámica. No estoy descubriendo el hilo negro: La televisión lo viene haciendo con sus pautas comerciales no mayores a 30 segundos, resultando la domesticadora por antonomasia de tal conducta: colocar a un niño delante de un televisor «para entretenerlo» no resulta sino el primer paso para enrolarlo en una cadena perenne de exposición intermitente de estímulos y sensaciones triviales. Actualmente, redondeando tan oscuro panorama, el reto de los publicistas es diseñar promocionales que consigan capturar la atención ¡en sus primeros 5 segundos de duración! ante la amenazante guillotina que resulta la cuenta regresiva en los video de Youtube para saltar la publicidad que antecede a la mayoría de los contenidos.

Expuesto lo anterior, ¿qué hacer? Una primera postura es reconocer que tal fenómeno —parte de la cultura del Úsese y tírese— es nocivo para la salud emocional del ser humano. Espero no sonar dogmático, pero no es asunto menor mantener un ritmo tan acelerado de vida permeando todas las esferas de nuestra existencia, desde lo más pragmático como reducir una idea a 140 caracteres hasta vivir en una constante caza de objetivos que ha llevado a núcleos de sociedades civilizadas (como la surcoreana y japonesa) a encontrar que «han rebasado a la vida» a los 40 años y optar por el suicido, o más trágico aún, colocándose éste como la primera causa de muerte en Corea del Sur entre jóvenes de 15 a 24 años debido a la incesante presión y competencia que los sofoca y ahoga.

Luego de ello lo que correspondería, en cualquier ámbito, es superar la tentación de la inmediatez. Pensarnos a mediano y largo plazo, alcanzar a ver the big picture (como acostumbrar decir los vecinos del norte), sabernos parte de un eslabón de sucesos que no son efímeros, conformados en cada decisión que tomamos y acción que realizamos, y con los que estamos construyendo comunitariamente —entiéndase con aquellos que nos rodean— el futuro. En la medida que arraiguemos dicha manera de «sentirnos en el mundo» como parte habitual de nuestro desenvolvimiento en él estaremos abonando a favor de romper la inercia de esa intensidad banal y superflua a la que la sobreestimulación nos empuja.

No es una tarea sencilla, y a la par de integrarla como una conducta habitual corriendo por las venas en cada latir del corazón llevamos el compromiso de contagiar a nuestros cercanos con tal espíritu, de volvernos educadores en el medio que interactuamos (como padres, esposos, hermanos, profesores, compañeros de clase…) a modo que podamos despertar una conciencia crítica respecto al tema y se vayan multiplicando las iniciativas que contribuyan a vencer el fenómeno que nos ocupa, cada día más presente y con manifestaciones más patológicas. La invitación este mes de Pálido Punto de Luz a analizarlo es una de ellas, y el tiempo invertido en leer los diferentes apuntes también; que nos resulte a todos de mucho provecho.

Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo.

Mario Benedetti.

Víctor Esparza
Nacido y radicado en Monterrey, Nuevo León (1979). Involucrado en estudios de Humanidades desde 1995, egresado de la Licenciatura en Psicología por la Universidad Regiomontana (2012). Escribiendo actualmente para Espacio Blanco y cursando la Lic. en Gestión Cultural en la UDGVirtual.

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