Ma. Fernanda Estrada de la Rosa
A su lado nada me importaba. Podría jurar que el mundo giraba a nuestro alrededor con tan sólo cerrar los ojos. Sus manos recorriendo todo mi cuerpo, un beso en la boca en donde según la teoría freudiana, es justo aquí el primer lugar donde se asienta el deseo sexual. Después, seguido de caricias sobre mi cara; y por supuesto, una conexión de miradas que resumió todo el acto de amor que por primera vez habíamos experimentado; fue sin duda alguna, el momento más placentero que hasta mis veinte años había descubierto.
Todo comenzó con un beso inesperado que logró aumentar los niveles de dopamina, aquella sustancia asociada con el efecto del bienestar. El momento se extendió tanto, que de alguna manera agudizó la hormona encargada del deseo sexual, la testosterona. Me atrevo a decir que las palabras entre nosotros no hacían falta cuando el aumento de su respiración me decía más de lo debido. Estoy seguro de que las glándulas adrenales segregaban adrenalina y noradrenalina; sentía la intensidad de la frecuencia cardiaca, y como buen estudiante de Psicología, algún bajo recuerdo de mis clases en donde el profesor lo explicó, se me vino a la mente.
Juntos olvidábamos las consecuencias de este momento que no duraba más que un instante donde lográbamos ser uno mismo. Sus besos estimulaban una parte de mi cerebro que libera endorfinas, esas hormonas de la felicidad que me creaban una sensación de bienestar y satisfacción. En aquel momento, éramos tan invencibles juntos que jamás imaginamos que el destino nos cobraría tan caro una irresponsabilidad que no nos pedía más que algunos minutos de espera y unos cuantos pesos invertidos en la farmacia.
Nosotros lo sabíamos; y para qué engañarnos, todo el mundo también. Mis amigos, entre nuestras pláticas casuales, no dejaban de mencionar cuáles eran los mejores métodos para evitarlo. ¿Y yo? En el momento no pensé nada, me dejé llevar hasta que pasó todo. Creo que no hubo un después, sólo puedo decir que sobre ese tema recuerdo aquella aburrida clase de sexto de primaria en donde mi maestra Ana nos pasó una lista que debíamos aprendernos para el examen. En aquel pedazo de papel se mencionaban los métodos anticonceptivos más eficaces.
Por supuesto, el condón masculino encabezaba la lista con un 98% de eficacia para la prevención de embarazos. Seguido de éste, estaba el diafragma con un 94%; el preservativo femenino con un 90%; y claro, el tan famoso dispositivo intrauterino en forma de “T” que representaba el 99%. Ahora que lo pienso, esto jamás lo olvidaría. Yo fui el único del salón en pasar el examen gracias a que me aprendí todos los métodos con su respectivo porcentaje.
—¡Alto!, me dije a mi mismo tratando de tranquilizarme. Hice un poco de memoria y recordé que hace días leí un reportaje en el periódico Excelsior donde afirmaban que el 35% de los jóvenes que tuvieron relaciones sexuales por primera vez, no usaban preservativo alguno y lograban seguir con su vida sexual activa sin ningún problema. Entonces, ¿por qué habríamos de ser nosotros los desafortunados en sufrir consecuencias cuando lo único que hicimos fue desnudar el alma y el corazón ante la persona que amamos?
Guardé un poco la calma y decidí contárselo a Maximino, mi mejor amigo; el maestro y experto en esto de las relaciones en pareja. Ya sabía cómo reaccionaría, y no pasaron ni dos segundo cuando de inmediato me regañó por mi falta de responsabilidad.
—¿Cómo es posible que pueda pasar por tu mente el no cuidarte en pleno siglo XXI; la época en donde instituciones como el IMSS y el ISSSTE se preocupan por promover el uso de anticonceptivos mediante campañas para de tal manera poder evitar situaciones no deseadas?, me repetía en un tono un tanto enfurecido.
Y sí, tenía razón, siempre planeé tanto este momento que incluso afirmaba que el día que pasara, iría junto con mi pareja a consultarlo con el especialista. Un ginecólogo, aquel que se dedica al cuidado del sistema reproductor femenino.
En fin, los días siguieron pasando y parecía que el mundo conspiraba en contra de nosotros. Sentía que todos se ponían de acuerdo para restregarnos en la cara las consecuencias que podríamos tener. Por un lado, mis clases en la universidad no dejaban de hablar de las ETS (Enfermedades de Transmisión Sexual). Entre la Gonorrea, la más frecuente y la que es causada por la bacteria Nelsseria Gonorrhoese; hasta la Sífilis, Clamidia, Papiloma Humano, Herpes Genital, y la más temida por todos, el virus de la inmunodeficiencia humana, VIH.
Después, creo que a los medios de comunicación tampoco les bastó. Ellos trataban temas de embarazos no deseados, cifras altamente escandalosas donde comprobaban sus planteamientos. También, hablaban de las consecuencias, prevenciones que se pudieron haber tomado, y finalmente, las opciones viables y legales que se podían realizar.
El tan no esperado momento llegó. Mi pareja se acercó forzando una pequeña sonrisa que ni ella se creía. Los resultados eran los esperados, después de ese día nuestros planes de vida cambiaron completamente. Ahora sólo puedo decir que siempre me quedaré esperando otra primera vez, imaginando qué hubiera pasado si hubiéramos tomado tan sólo alguna de las tantas medidas de prevención.
Ma. Fernanda Estrada de la Rosa
Estudiante de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación. Universidad Anáhuac. México Norte