Sala_de_cine
Benjamín Rojas: El maestro equivocado

Cuentos, sueños y narraciones del Profesor Benjamín Rojas

Sebastián Ortiz Casasola


5 años sin visitar un cine…

Una señorita, que según yo ronda la edad de la mayoría de los alumnos a los que supuestamente les doy clases, me sonríe amablemente; no la conozco, no sé quién es, pero me pregunta con efusividad qué deseo para beber o comer dentro de la sala de cine, mi respuesta, seca e indiferente pide una botella de agua, de preferencia a temperatura ambiente, en ese momento pienso: “¿Porqué le decimos a las bebidas no refrigeradas, ‘al tiempo?“.

No tengo ganas de ahondar en el tema, ni siquiera sé porque llegue a pensar en ese tipo de cosas. Siempre suceden, creo que es hasta inevitable. Mientras camino hacia la sala cinco de este cine, dentro de un enorme centro comercial observo con atención a las parejas de jóvenes que se arremolinan a ver el último “bluckbuster” de la temporada, aunado a miles de calorías y grasas que ingresan a sus cuerpos con singular hedonismo.

Antes ir a un cine era todo un ritual, recuerdo cuando mis papás o mis abuelos me llevaban a ver películas, un verdadero escaparate, un sinnúmero de historias que presencie en cines como el Opera, el Encanto, cine Lindavista, el Teresa, previo a la única exhibición de cine meramente pornográfico. El ánimo adolescente de irse de pinta a ver películas fuera de los cines del perímetro del hogar me hicieron conocer la geografía capitalina, la geografía previa al terremoto, porque ahora con tanto crecimiento demográfico, llegar al lugar en donde vivo es bastante complicado.

Entro a la sala, aún hay luz y tal pareciera que la sala está llena de mis alumnos, los puedo identificar, llenos con fuentes de calorías y azúcares, la antesala de las enfermedades de este siglo, eso me recuerda que tengo que visitar a mi médico para realizar el temido chequeo.

Por ahí están los típicos gandallas, aventando palomitas al incauto que se deje, las parejas que solo vienen a escuchar la película, considero que con el costo de lo que gastan en una exhibición podrían irse a un hotel, al menos yo lo haría.

Abro la botella de agua que tiene un precio demasiado elevado, no puedo fumar dentro de la sala, ya no fumo pero el humo de cigarro en las viejas salas creo que le daba un aire de nostalgia… ¡Demasiado ruido! ¿Por qué los jóvenes no disfrutan de un momento de silencio?, comienzo a incomodarme, las luces se apagan y creo que será el momento en el que por fin habrá silencio.

Caritas iluminadas por la radiación que emiten los famosos smartphones, se llego al momento en donde un simple aparato de miles de pesos es más inteligente que la juventud que tanto los añora. Mi incomodidad se hace más grande, pocas son las caras que voltean a ver la pantalla, a mi derecha se oyen unos murmullos, cada vez se hacen más notorios.

“¡Shhh!”, lo hago esperando que se callen, mi primera advertencia es ignorada, hago una segunda más remarcada. Cómo es increíble que un efímero chisme sobre con quien salió tal chica con tal chico tenga más decibeles que las poderosas bocinas de una pantalla de cine digital, o al menos es lo que prometen por más de sesenta pesos.

Siguen los murmullos, en los primeros quince minutos me entere de la primera experiencia sexual de dos tipos, por la manera en como la contaron, pensé inmediatamente que era completamente falsa, una chica que no dejaba el celular… No me di cuenta del primer plot point.

Pienso: “Benjamín, tranquilo esto parece un día normal de clases… solo que aquí pagaste por esto”. Una estruendosa carcajada rompe con la poca tensión que podía controlar, me levanto del cómodo asiento en el que estaba sentado y decidido salí de aquella sala.

La luz de los pasillos era cegadora, inclusive esperaba que fuera la luz que según ven los que van camino al paraíso, aunque no creo ir al paraíso, no después de odiar tanto a la llamada juventud mexicana, ¿Qué pasaba con ellos?, ¿Por qué tanta alienación?, ¿Por qué estoy tan viejo?

Salgo de las salas de cine y exhalo como si fuera un alivio haber salido de aquella cárcel llena de grilletes electrónicos. Salgo apresurado de aquel centro comercial con una cara de pocos amigos. Pienso nostálgico, ¿Qué han hecho con el cine?

Saliendo de la estación del metro más cercana a mi casa, veo en un pequeño monitor la película por la que pague más de sesenta pesos más la botella de agua, parecía de buena calidad, me acerco temeroso a preguntar por ella.

“Es de clon, patrón, va garantizada”, una bolsita de celofán con costo de 15 pesos fue como una bocanada de aire fresco; sonrío e inmediatamente la pido. Espero que ningún alumno mío este viéndome… al final eso no importa, los cabrones han de hacer lo mismo.

La sala de mi hogar de alguna manera ordenada, casi nunca estoy ahí, me coloco casi como un ritual para ver la película, exhalo, afortunadamente estoy solo, nadie quien moleste, abro la bandeja del reproductor de DVD (¿Qué significaran esas siglas?), después de las advertencias del FBI, comienza el filme… Suena el teléfono.

“¡Carajo! ¿Nadie quiere que vea una simple película?”

Sebastián Ortiz Casasola

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