Mario Oporto
Estamos en un momento de la historia en el que se habla de la educación en la era de la información. Sabemos que ya no estamos en la era del dominio de la educación clásica sino en el de su supervivencia.
La educación ha sido limitada por razones históricas, sociológicas, tecnológicas y hasta antropológicas. Pero que la educación, como deber de Estado, se vea inscripta en una era que no es la propia, no le quita su importancia elemental para darle sentido a la era en que vivimos.
Sin educación —sin conocimientos básicos, sin conocimientos críticos—, la época de la información en la que vivimos sería ilegible. Se deslizaría sobre nosotros sin que pudiéramos sospechar sus intenciones. Porque así como la educación pública tiene sus propósitos, que son los de democratizar el conocimiento, la información también tiene los suyos.
El desarrollo de las nuevas tecnologías que transmiten contenidos es asombroso y por momentos inasimilable, y no hay dudas que funda una cultura nueva que no podemos negar dado que ya se ha instalado. Es la cultura de la velocidad y la “totalidad”. El acceso pleno, o la ilusión de acceso pleno a la información, nos ha cambiado la vida. Hay sectores dominantes de la sociedad que han impuesto lo que podemos llamar “el biorritmo de la banda ancha”.
Ya no admitimos otra cosa que no sea el ritmo de la banda ancha. Pedimos un café en un bar y no toleramos la espera; paramos en un semáforo y los 20 segundos que nos retienen en el interior del auto nos parecen eternos. Nos gustaría “clickear” y pasar velozmente a otro asunto. Y así vivimos: a los saltos, sin detenernos en ningún lugar, y creyéndonos súper-informados aunque, justamente, sea la sobreinformación lo que no nos deja distinguir ni evaluar con limpieza los hechos importantes de la actualidad.
Los grandes elementos de la cultura actual son la información y la velocidad. Es extraño que nadie los vea contradictorios. Porque se supone que la información debe ser una materia prima sobre la cual reflexionar, para lo cual es necesario detenerla. Sin embargo, como siempre va acompañada de la velocidad, lo que ocurre es que esa velocidad nos da la información a cambio de retirarla de inmediato para reemplazarla por otra. De modo que la hiper-información no puede no producir desinformación.
La educación escolar debe hacer un esfuerzo para vincularse con las tecnologías, pero no sólo para acompañarlas, no sólo para brindar el acceso masivo a sus prestaciones, sino también para que los niños y los jóvenes aprendan a detener el volumen monstruoso de información de que disponen. No será otra herramienta que la del arcaico y lento ritmo del pensamiento la que detenga la hiper-información y, por lo tanto, le dé sentido a lo que nos ofrece.
Además de circular libremente, la información necesita de una filosofía o de una crítica que la acompañe para que todos podamos extraer su contenido más profundo. En este sentido, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual sancionada en octubre de 2009 aporta elementos nuevos orientados a distribuir el espacio del poder audiovisual, donde siempre ha habido ofertas dominantes. De algún modo, la cultura audiovisual clásica (ese poder al que seguimos nombrando con la palabra “televisión”) es la que durante generaciones ha educado a quienes ahora acceden a las nuevas tecnologías. De hecho, vemos conexiones naturales entre la televisión (que sigue siendo la gran productora de contenidos de la cultura actual) y el modo de propagarse en las redes sociales.
La redistribución justa del espacio radial y audiovisual, que es finito y escaso, es una decisión estratégica de la Argentina destinada a que el acceso a los contenidos de la cultura —casi irrestricto en internet— sea más horizontal y menos concentrado.
Mario Oporto
Es diputado de la Nación Argentina por el Frente para la Victoria. Presidente de la Comisión de Comunicaciones e Informática. Estuvo a cargo de la cartera de Educación durante los períodos 2001-2005 y 2007-2011. Es profesor de Historia, egresado del Instituto Nacional Superior del Profesorado “Joaquín V. González
mi querido ché en este arcoiris digital aparece también el juego libre de la autoeducación, la oficial te obligará por definición a ser esclavo de currículos ajenos, en cambio cuando aprendes a ser, aprendes a prender, a rifártela con tus propias equivocaciones , con tus otros resultados hasta que les dejes a los otros el páramo del aula y los aullidos del silencio de los inocentes. por acá está internet, pero mas adentro se encuentra el universo de tu alma, de tu pensamiento,de propia voluntad, nadie te enseñará a ser tu mismo, tu mismo te debes arrebatar de esa red tutelar que solo te quiere para su propio beneficio, si allá no encuentras nada, ¡buena cosa! es tu chance de hacer lo propio, que tal que te encuentres a tí mismo,Xss.p.d. el tango, demodée.