Sabina_y_vargas
Benjamín Rojas: El maestro equivocado

Cuentos, sueños y narraciones del Profesor Benjamín Rojas

Rebeca Flores Martínez


Como un explorador...

Miré alrededor, era la hora de salida, el salón estaba vacío, siempre los dejaba salir temprano, estaba solo en el escritorio revisando los exámenes podridos de mis alumnos, sólo que ésta vez me di cuenta de algo, esta vez, en verdad estaba solo…

Tenía meses discutiendo con ella, era un bochorno insoportable levantarse de la cama para discutir por la pasta de dientes, por la tapa del retrete, porque desacomodé el tapete del baño, porque no soportaba mi loción, porque me puse la camisa que odia, cualquier cosa era buen pretexto para arruinarme las mañanas, como si no fuera suficiente darle toda mi quincena, para que se gastara hasta lo que no ganaba.

Ayer llegué de la escuela y no había nadie en casa, no era cosa rara, siempre se iba a casa de la odiosa de mi suegra, disque para olvidar un rato la pesadilla de nuestro matrimonio. Me senté en el reclinable de la sala, me puse a leer un rato, luego prendí la caja idiota para ver las noticias, y al final, después de que me escupiera tanta porquería a los ojos, me quedé dormido no sé exactamente cuánto tiempo, como sea, me despertó el azotón de la puerta.

Como era de esperarse comenzaron los reclamos —¡No es hora de dormir, huevón!— dijo mientras arrojaba su imitación de Louis Vuitton en el sillón, —¡Seguro no has comido, no puedes hacer nada solo!— Se dirigió a la cocina de mala gana, escuché el refri y el horno de microondas… “Otra vez comida congelada”, pensé, y estaba en lo correcto, no sé qué era, pero yo tenía mucha hambre y lo comí sin preguntar, ni siquiera me acompañó a la mesa —Ya comí…—dijo mientras abandonaba la cocina.

Terminé la comida, su celular sonó dentro del bolso con tono de mensaje, así que me acerqué al bolso, ella no hizo gesto alguno desde la recámara, pensé en la odiosa de mi suegra o de mi cuñada; la foto del remitente de aquel mensaje, me cambió la expresión; era un joven de la mitad de nuestra edad, cabello negro, tez blanca y una pinche sonrisa de anuncio de televisión, “Me encanta cuando me sorprendes con esa ropa tan pequeña, la roja es mi favorita. Gracias por el reloj, amor!”.

El semblante se me desfiguró, sabía que las cosas no iban tan bien, pero por primera vez en 7 años de casados, todo tuvo sentido de un solo golpe, nunca la veía con ropa nueva aunque las tarjetas estuvieran sobregiradas por tiendas de ropa, dejó de desnudarse frente a mí, dejó de querer estar conmigo en la intimidad por sus pinches dolores de cabeza, dejó de sonreír… yo seguía mirando el teléfono, fotos, canciones, videos y más mensajes por el estilo. Fui a enfrentarla con el teléfono en la mano, nos gritamos sin piedad, ella confesó todo, su nombre, su edad, dónde vivía y sus planes de divorciarse de mí para hacer una nueva vida con él, porque según ella a los cuarenta y pocos, aún estaba joven. Tomó lo que pudo de su ropa, llamó un taxy y se fue con rumbo desconocido, le advertí que no volviera a poner un pie en esta casa, —Ése es el plan…— dijo con descaro y se fue.

Cuando uno está solo, le da por pensar pendejada y media, pero cuando uno se siente solo, además de estarlo, comienza a reflexionar. Pensé en los hijos que nunca tuvimos, en el perro que nos atropellaron en la esquina, en el momento de decir “sí, acepto”, en los abogados, en mi cama vacía de su cuerpo, sabía que no era el fin del mundo, pero no podía evitar que me invadiera la melancolía, porque todas las noches, después de la pelea en turno, ella se recostaba a mi lado, y volvía a ser el mismo mundo donde nuestra soledad hacía una, y después ninguna, cuando al fin su aliento se calmaba y su conciencia se suspendía, era entonces cuando yo la abrazaba y le decía al oído que todo iba a estar bien, que el amor lo podía todo. Yo no la elegí, el destino nos eligió a nosotros.

Desde ese día empezaría la cuarentena para curarme de sus besos; el alcohol como suero, los cigarrillos como inyecciones de maleza, la música como terapia anti-estrés y libros como letanías en contra del amor, baños de pecado sólo para comenzar a lavarme el aroma de su piel y de sus besos, yo no esperaba nada, sólo morir de poco.

“El amor es puto” leí en un meme de Facebook, afirmé con la cabeza y fui por una cerveza del refrigerador, me consolé con la voz rasposa de Chavela Vargas gritando con dolor y desgarre “…Y en el último trago nos vamos” y bebí aún más con Joaquín Sabina cuando te cuenta que “a veces gana el que pierde a una mujer…”

Rebeca Flores Martínez
Estudiante de Comunicación de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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