Joel Ortega Juárez
El escenario cotidiano de la simulación protagonizado por la partidocracia me remite de manera inconsciente y recurrente a lo que vi en Panamá hace casi 50 años.
Habían pasado unos días del levantamiento popular, encabezado por los estudiantes, contra la presencia militar de Estados Unidos en la zona del Canal, que culminó con varias decenas de muertes, había una atmósfera muy tensa y de movilización. No era un momento de pasividad o apatía.
Al mismo tiempo transcurrían unas elecciones. Las calles, muros, la radio y un poco menos la tv estaban inundados de propaganda de más de una docena de partidos.
Eran dos mundos. La protesta anti yanqui y los comicios no tenían ningún punto de contacto entre sí.
Una situación semejante ocurrió en México en 1968. Por un lado se desarrollaba el movimiento estudiantil y casi al mismo tiempo las protestas del PAN en Baja California, por el fraude perpetrado contra un candidato a presidente municipal, creo que en Mexicali, de apellido Corella. Tampoco hubo el menor contacto entre ambos fenómenos políticos.
Cuando vi el espectáculo decadente en Panamá no pude evitar compararlo con un bazar de baratijas, donde todos los mercaderes vociferaban las virtudes de sus mercaderías para venderlas a sus potenciales clientes.
Era el tiempo de los códigos revolucionarios, por el triunfo de los barbudos en Cuba, por lo tanto, el bazar panameño no hacía más que confirmar lo perverso de la “democracia representativa” y elevar la calidad del camino revolucionario en la vía de construir una nueva sociedad, que creara al “hombre nuevo”.
Tristemente esas convicciones epocales llevaron a cientos o quizá miles de jóvenes a una tremenda carnicería que no solo no logró realizar la “revolución”, sino que muchas veces desembocó en la peor pesadilla.
Cada una de las obscenidades de la partidocracia se convierte en poderoso argumento contra su existencia como sistema político, no cabe la menor duda. Pero al mismo tiempo se convierte en un poderoso “argumento” para desacreditar al fenómeno democrático como tal. De esa manera muchas de las estridentes denuncias y lamentos contra la democracia e incluso contra la política misma, favorecen el dominio cínico y obsceno que padecemos.
El pantano de la simulación hace que las cíclicas e infinitas “reformas políticas” sean vistas por cada vez más sectores sociales, como grotescos ropajes para esconder los abominables cuerpos de una clase política cada vez más inepta y corrupta.
No extraña, entonces, el casi absoluto desprecio por las “iniciativas” de reformas presentadas por el PAN y el PRD en torno a la segunda vuelta en la elección presidencial, la reelección de diputados (solo eso nos faltaba) y a la enésima trampa de las candidaturas independientes.
Esas iniciativas y ahora la presentada por las fracciones parlamentarias del PAN, el madruguete de privatización petrolera, son parte del torneo entre los integrantes de las elites de poder para ajustar sus cuentas y repartirse el botín.
Estamos, como sociedad, pagando el costo de la suplantación protagonizada por la partidocracia que está empantanada y no tiene para donde moverse sin hundirse.
2013-07-20
Joel Ortega Juárez
Economista y pensador social