Joel Ortega Juárez
Después de los desastrosos comicios del domingo 7 de julio, está prendiendo la idea de mandar al diablo la democracia, cuando menos la electoral. Sobran argumentos para llegar a esa conclusión: violencia preelectoral insólita; alianzas desvergonzadas de “izquierda” y “derecha”; ausentismo inmenso de hasta 60%; fallidos conteos previos como el del PREP en Baja California; desvergonzadas demandas de conteo “voto por voto” del PRI; proclamación de “victoria” de todos los candidatos y sus partidos o alianzas; arreglos en los “oscurito” y a plena luz entre Peña Nieto y Madero y su contlapache Zambrano y hasta un “candidato” que no “estaba muerto, andaba de campaña” y de violador tumultuario.
A todo lo anterior hay que sumar las multimillonarios presupuestos del Instituto Federal Electoral, cada vez mas desprestigiado; de las Cámaras estatales y no se diga del Congreso de la Unión; el saqueo vulgar y obsceno del erario por gobernadores, presidentes municipales, funcionarios de gobiernos y paraestatales, líderes “sindicales”, burócratas de la “cultura”; intelectuales de todos los gobiernos y, por supuesto, sus epígonos en todos los aparatos mediáticos y también los rectores de las universidades.
Ante ese putrefacto panorama no debe extrañar el rechazo creciente de buena parte de la sociedad al sistema de partidos.
Lo preocupante es que ese rechazo tiende a ser un repudio, sin matices, a la democracia y a lo electoral. Curiosamente éste es promovido abierta o sutilmente por casi toda la partidocracia y su comentocracia. Algunos de ellos hablan con tal vehemencia, como si fuesen ajenos a los privilegios que han gozado como miembros de gobiernos, partidos y todo tipo de “chambas” en la estructura de los poderes formales y fácticos. Su estridencia es la de aquel que grita “al ladrón, al ladrón…” sin esconder el botín que acaba de obtener en el atraco.
El rechazo pasivo, aún el que se expresa en algunos articulistas, en comentaristas de radio y tv; no se diga el de millones de ciudadanos en las tertulias; por más estridente que sea, se convierte en cómplice de las trapacerías de la partidocracia y le garantiza la más absoluta de las impunidades.
Conviene recordar cómo los movimientos sociales de los últimos 50 años no tuvieron que depender de la “política” electoral y muchas veces se hicieron a contracorriente del sistema del partido único y su presidencia imperial, sus estructuras corporativas y la ausencia total de respeto a los derechos y la condición ciudadana.
A pesar de todo ello, los movimientos conquistaron muchos espacios de participación: libertad de manifestación; espacios de crítica en las universidades; la cultura e incluso en la prensa escrita y en algunos medios electrónicos, sobre todo en la radio. Frenaron las peores prácticas represivas, aunque muchas de ellas estén volviendo a aparecer.
El mejor servicio a la partidocracia es la apatía. Ante la decadencia de un sistema electoral, construido para preservar el monopolio de una clase política corrupta e inepta, la vía está en construir un contrapeso desde la sociedad. Solo quejarse y cruzarse de brazos le sirve al sistema. Urge recuperar la democracia.
2013-07-13
Joel Ortega Juárez
Economista y pensador social